De un buen tiempo a esta parte, el cabildeo ha pasado a ocupar un lugar central en el ejercicio del derecho. No sabemos si la gran cantidad de abogados que a la vez son políticos prácticos ha influido en ello, o si se trata de un proceso natural dentro del derecho que ha conducido a estos resultados. Lo cierto es que el cabildeo ha pasado a ser el centro de la profesión de abogado en un país, a pesar de que se carece de legislación sobre dicha práctica.
Probablemente, la corrupción imperante en todos los niveles y sectores de la sociedad civil como de la sociedad política, han permeado el mundo jurídico. Lo cierto es que para resolver cualquier asunto en materia judicial se requiere ciertos cabildeos pues los jueces y fiscales no se reconocen como servidores públicos sino como burócratas que entienden que todo contacto con los abogados perturba su paz interior y exterior, por tanto, todo abogado que trata de conversar con un juez o un fiscal, es un necio. De ahí que lo recomendable es buscar a alguien que tenga cercanía con el operador judicial de turno. Esta vía es la más recomendable pues se tiende un puente por intermedio de un familiar, amigo, o compañero de estudios y trabajo, a partir de ahí, las cosas funcionan a pedir de boca.
En cambio, si usted decide no acudir a la vía del cabildeo debe prepararse para ver como su asunto no camina mientras los asuntos de otros sí. De manera que aquellos que por una de las situaciones anteriores, o por vínculos políticos, sociales, económicos o de otra índole pueden llegar al juez o fiscal, son profesionales de éxito sin importar el grado de dominio que posean sobre su profesión. Es la realización del viejo axioma de que una pulgada de juez vale más que kilómetros de derecho.
El asunto es todavía más grave para aquellos profesionales sindicados como roscas izquierdas, pues nadie del tren judicial, los quiere cerca, y no desaprovechan oportunidad para intentar ridiculizarlos a los fines de demostrarle lo ilusos y utópicos de sus posturas. El asunto ha llegado a tal grado, que no pocos letrados se dedican ya a otras actividades. Los más, se reciclan aceptando que la realidad es más fuerte que el derecho, entonces el dilema es obvio: sobrevivir o perecer. Ante tales disyuntivas queda solo una opción práctica: aceptar el cabildeo como la regla de oro del mundo judicial.
He conocido a profesionales de reputada acreditación que, sin embargo, deben ejercer por intermedio de otros profesionales, es decir, deben usar el nombre de otros para poder obtener resultados judiciales, pues de saber el operador de turno el origen del asunto, inmediatamente lo lanzarían al archivo del olvido y a la humillación. De manera que la abogacía que en su momento era considerada una profesión distinguida, honrosa, etc., ha pasado a poseer cierta connotación peyorativa, más por los funcionarios y cabilderos que por culpa de los profesionales probos. Esta situación, claramente sugiere que la política practica ha permeado el mundo jurídico. Pues como se sabe, no son pocos, por ejemplo, los legisladores que, a la vez son abogados en ejercicio, lo cual pone a los jueces en una situación delicada pues una vez en estrado no saben si están ante un abogado o ante otro poder del Estado. Esto es más grave en las provincias que en la Capital.
No está claro cuál debería ser la salida al asunto, lo cierto es que cada día el tema se complica pues la sociedad, de más en más, se está dividiendo en clústeres cerrados. Pero algo habrá de suceder pues algunos movimientos en el ámbito político sugieren que la posición de poder no es ventaja si cambia la nota política. Momento en que se ve que las cosas cambian pero no para bien sino para que un grupo sustituya al otro. A esto es que se llama no pelearse con el poder, esto es: que el poder de turno tiene derecho a poner las reglas independientemente de las normas existentes. Como podrá observarse, esta postura tampoco resuelve el problema.
Sería más atinado reglar el cabildeo, la cercanía, los amarres e incluso, la docencia y el ejercicio de la profesión, puesto que existen timacles que convierten sus cátedras en parte de sus medios de defensas, incluso, los hay con acceso a influir sobre los legisladores, e decir están en capacidad de participar en la elaboración de las leyes, las cuales reflejan luego posiciones conforme a los intereses de esos litigantes de la sombras.
Estos comentarios más que moralistas buscan hacer consciencia sobre la necesidad de legislar sobre el cabildeo porque está claro que no podrá ser erradicado de un país carente de instituciones pero si pueden establecerse parámetros que hagan más civilizado el gesto. La situación jurídica por la que están atravesando algunos jueces atrapados in flagrante, no es más que la punta del iceberg. Un tema a meditar sería el de determinar ¡de quien es la responsabilidad por cabildeo cuando el mismo es producto de posiciones jerárquicas o influencias políticas? O cuando dicha polémica es el producto de la competencia entre grupos infra poder que luchan por el control y la hegemonía del cabildeo judicial. En pocas palabras: el espacio de independencia y de imparcialidad que queda a cada juez o fiscal atrapado en esas luchas por el poder, es muy, muy limitado. De manera que la pelota más que en la SCJ o en el Consejo de la Magistratura, puede estar en manos del Congreso Nacional, el cual debería pensar a fondo, la posibilidad de legislar sobre los cauces del cabildeo judicial. DLH-8-12-2015