Para garantizar por fin la gobernabilidad de Italia, Matteo Renzi y Silvio Berlusconi, por medio del pacto del Nazareno, promovieron la nueva ley electoral conocida como “italicum”, la cual fue aprobada en mayo del 2015 y define: un sistema proporcional, circunscripciones menores, premio a la mayoría y segunda vuelta si no se supera el 40% de los votos. Para ejemplificar su consistencia se la presentó como una ley basada en la española, pero en una versión bastante libre.
El mismo año, precisamente, buena parte de los votantes españoles, en cambio, han manifestado su deseo de modificar un sistema electoral que favorece el bipartidismo, optando por partidos emergentes, los cuales propugnan su reforma mientras transforman además el mapa político con su propia irrupción.
Las criticas van dirigidas hacia la desproporción territorial con respecto al valor del voto, que infla a las circunscripciones pequeñas en detrimento de los grandes centros urbanos y, por otra parte, al método d’Hondt que recompensa con escaños extra a las formaciones más votadas. De todos modos, una revisión de la ley electoral vigente solo es recomendable cuando posibilite claros mecanismos para reafirmar el pluralismo moderado y la gobernanza.
El mismo año que Italia ha buscado la estabilidad electoral, España reclama su cambio, aun aceptando la incertidumbre de la ingobernabilidad; unos han impulsado finalmente una intención concreta de escapar del caos imperecedero y otros emprenden un viaje hacia una mayor pluralidad, aunque también es verdad que Italia tiene algunos recuerdos negativos de los gobiernos sólidos y duraderos, como España los tiene del multipartidismo.
España ha iniciado un camino a contracorriente del de Italia, aún están por verse los resultados del supuesto cuatripartidismo y del “italicum”. Pero más allá de preferencias y legislación, las coaliciones junto a la fragmentación en el seno de las formaciones políticas continúan siendo costumbre en Roma y los dos principales partidos españoles se mantienen como los más votados.
Es difícil imaginarse al Partido Democrático gobernando en solitario con mayoría absoluta y finalizando las legislaturas como han hecho el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, del mismo modo, es complicado concebir un gobierno de Pedro Sánchez en el que figure, por ejemplo, Albert Rivera, como sucede en el de Renzi, el cual aglutina a partidos ideológicamente dispares y en donde aparece como ministro del interior, Angelino Alfano, antiguo protegido de Berlusconi.
Las particularidades dentro de la Europa integrada continúan siendo motor y traba, pero la paradoja en forma de descoordinación se hace más embarullada cuando se entrecruzan tendencias. Así, parece que España quiere ser Italia e Italia quiere ser España. Mientras tanto, Europa sigue esperando ser Europa.
Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo