El gobernante Partido de la Liberación Dominicana (PLD), acaso en pleno hartazgo de confianza por su ya largo sesgo de triunfos electorales y por las proclamas de adhesión pública que les garantizan su portentoso aparato clientelar y su casi absoluto control mediático, continúa avanzando en la adopción de formas de “pensar” y accionar políticos que -debido a su lógica de “harakiri” y su contenido “kamikaze”- bien pudieran terminar generándole desagradables sorpresas en la consulta ciudadana de mayo venidero.
(La situación social y económica del país es harina de un costal diferente: su peso en la decisión electoral -como siempre- estará determinado por la manera en que los contendientes manejen la “tensión” entre realidad y percepción, esto es, en función de cómo los dominicanos terminen “sintiéndola” en las cercanías del día comicial a partir de las tácticas que se pongan en marcha al tenor: todo se reducirá a tratar de convencerlos de que están bien o están mal bajo el actual estado de cosas y, por lo tanto, de si es o no pertinente un cambio de mando y de rumbo en el Estado… Parece un asunto simple, pero -¡ojo!- no lo es: en ese manejo de la realidad y la percepción es que se ha “guayado” más de un erudito de la política).
La oposición, por su parte, aunque todavía luce sin el empuje necesario para doblegar al oficialismo, cada día ofrece muestras nuevas de adherencias, con la particularidad de que éstas provienen mayoritariamente de las filas de sus adversarios, lo que en el laborantismo partidario equivale siempre a un logro por partida doble: se suman votos para el candidato que recibe el respaldo, pero también se restan al candidato que pierde ese apoyo. Mal, pues, harían los actuales incumbentes de la cosa pública si siguen ignorando una constante de la política de patio: entre nosotros el “capú” ha sido siempre más productivo que el reclutamiento de conscriptos.
La realidad del PLD de hoy tiene mucho de paradoja “wildiana”: no ha resuelto uno sólo de los grandes problemas nacionales con sus ejecutorias gubernamentales, a muchos de sus dirigentes no les cabe más descrédito, ha sufrido sensibles bajas internas (los congresistas y aspirantes son los más notorios, pero no los únicos), varios de sus aliados tradicionales les han dejado el limpio, exhibe una precaria unidad interna, etcétera, y sin embargo las encuestas y los muestreos del momento, aún mostrándolo en descenso respecto de sus simpatías populares de la víspera, no dejan dudas en cuanto a que está en condiciones de resultar electoralmente victorioso… Lo que no está claro, naturalmente, es si esta bonancible situación que pintan los estudios de opinión se mantendrá hasta el día de las votaciones.
La advertencia respecto al “mal camino” que ha tomado el PLD ya la han hecho sus propios “sabios”: primero, algunos de los “barones” antediluvianos (a los que se les reputa interesados porque en el gobierno actual perdieron sus influencias aunque mantienen sus cargos); después, integrantes del grupo del ex presidente Leonel Fernández (los que no sólo están “afuereados” sino que temen por su porvenir político y personal); y últimamente, muchos que no son parte de las confrontaciones intestinas de la entidad o que hasta hace relativamente escaso tiempo operaban en los linderos del sector que encabeza el presidente Danilo Medina.
(Los casos de Brasil, Argentina y Venezuela -en cuyos modelos de políticas sociales y comunicacionales el oficialismo ha “bebido” bastante bajo recomendaciones de sus asesores extranjeros de campaña-, donde poderosas falanges políticas engordadas socialmente por el paternalismo estatal y el clientelismo han resultado increíblemente derrotadas por la oposición conservadora o liberal a pesar de las largas “colas” de ésta, deberían ser objeto -guardadas las diferencias de tiempo y circunstancias- por lo menos de furtivas miradas precautorias por parte de los peledeístas… No es lo mismo ni es igual, pero cuando la casa del vecino arde es siempre hora de poner las barbas propias en remojo).
Los opositores no le han dado suficiente “manigueta” al tema (al parecer están muy ocupados en sus ejercicios de narcisismo interno y en sus desbocadas aspiraciones localistas), pero los hechos son los hechos: la más reciente sinrazón política de PLD reside en que acaba de "celebrar" en diciembre pasado el 42 aniversario de su fundación de modo tan trágico como peligroso: estremecido por el ruido que produjo la muerte violenta de dos de sus militantes en las querellas que se han desarrollado en su congreso elector, y amenazado por la reanudación de las hostilidades entre danilistas y leonelistas que inevitablemente supondrán -si los primeros no sueltan un poco la soga a los segundos- los ya confirmados resultados finales de éste.
(Los episodios de violencia que se han producido en el evento peledeísta seguramente tomaron por sorpresa a muchos de sus militantes de alma blanca que, atenazados por su pasada formación boschista, aún se resisten a creer que la entidad ya no representa lo ético y principista en el escenario político nacional, y que, antes al contrario, hace rato que asumió los “valores” conceptuales y operaciones del balaguerismo y de una parte del viejo perredeísmo… La nostalgia es legítima, pero por desventura es sólo eso).
Los desenlaces concretos del congreso elector (o sea, los que pueden objetivamente constatarse a partir de las personas que se impusieron en la competencia interna de cada demarcación específica) tienen, no obstante, un “mérito” que debe ser destacado: el PLD se ha sincerado definitivamente, presentándose ante el país como lo que realmente es: un híbrido entre el los viejos PRSC (porque la mayoría de los balagueristas ahora son peledeístas) y PRD (porque ha terminado adoptando la parte mala de su conocida “cultura” de fracciones, representada por el luchismo desenfrenado, la quiebra de la fraternidad y la propensión a los desmanes de todo tipo)… Un nombre luce revelador de la esencia del nuevo peledeísmo: Abel Martínez, que derrotó en Santiago -con una amplia profusión de recursos y con su conocido estilo de “megadivo” de discurso pospolítico- a danilistas, jurásicos y “reformadores” (juntos y reburujados para la ocasión).
Por otra parte, que nadie se llame a engaño: más allá de las proclamas apoteósicas y los lamentos por las graves peloteras entre militantes, la victoria del leonelismo frente al danilismo en múltiples e importantes áreas del mapa peledeísta entraña una revitalización del primero y un debilitamiento del segundo que, probablemente más para mal que para bien, pudiera implicar -como ha quedado patente en los gritos perentorios de dos de sus “padres fundadores”- una ruptura del precario “cese al fuego” público que había normado la vida del PLD en los últimos meses… El leonelismo está vivo, y no andaba de parranda, como alguna gente suponía.
Más aún: si la reunión de Juan Dolio del Comité Político determinó una rebalanceo de las fuerzas interiores del PLD que terminó consagrando al danilismo como el grupo dominante en la entidad (tal y como se comprobó con las posteriores negociaciones y, sobre todo, con la proclamación de la candidatura reeleccionista del actual mandatario), el tramo recién transitado del principal evento eleccionario del peledeísmo se ha erigido en plataforma para un sorprendente y espectacular relanzamiento del proyecto político que encabeza el doctor Fernández… Todo es cuestión de si el ex mandatario agarra o no ahora el toro por los cuernos.
(De carambola, otra virtual ley de la política latinoamericana se ha confirmado: un hombre que ha ejercido la presidencia de su país jamás puede considerarse un “cadáver político”, y yerran sus adversarios cuando, prevalidos de esta última suposición, se olvidan de él o bajan la guardia respecto de su significación y sus expectativas. Entre los electores de nuestro subcontinente, los ex presidentes son una alucinante realidad que mora cotidianamente en la sesera del individuo sencillo y en el anchuroso ámbito de las luchas partidistas… Sólo la muerte los deja fuera de juego).
Por supuesto, hay que insistir en que la violencia en las entrañas del PLD ha sido el resultado simple de su transformación en un antro de inconductas y populismo clientelar: las discrepancias internas han alcanzado registros inéditos porque son el efecto de la pérdida de sus antiguos apegos morales e ideológicos, con sus secuelas inevitables de relajamiento de la disciplina y disminución de la camaradería (“virtudes” que son absolutamente ajenas a los apremios individualistas del estómago y los bolsillos). En consecuencia, los muertos y los heridos de las trifulcas entre peledeístas son hijas bastardas de la pérdida de identidad de éstos.
Lo otro, naturalmente, es pura lección de la Historia: los partidos de cuadros y de pensamiento sólo han sido exitosos en el diseño y la ejecución de procesos revolucionarios de contenido armado e insurreccional, y nunca ha sido posible transformarlos en organizaciones de base popular o maquinarias electorales triunfales sin que pierdan sus antiguas fragancias… Ni liberales ni cristianos ni socialistas ni conservadores han podido superar este omnipresente sino del devenir: para crecer cualitativamente y llegar al poder hay que pagarle el debido tributo a la politiquería plebeya, esa que los alemanes -con su insufrible flema aria- denominan “realpolitik”
La explicación de semejante fenómeno no es, empero, tan complicada: la mecánica de la masificación y las exigencias inmediatas de la lucha comicial casi siempre obligan a abandonar, si se desea aumentar los prosélitos, creencias cerradas y proyectos radicales, pues los pueblos no elucubran ni apuestan por el mañana, sino que simplemente toman partido ante el hoy (en una rara dialéctica de odio y devoción) y votan… Las doctrinas, los programas y los planes -como es harto sabido- han sido siempre extraños a las muchedumbres.
Tal fenómeno, por otra parte, no deja de tener cierto fundamento “práctico”: los partidos pequeños pueden ser disciplinados y conceptuales, pero los de masas no (¿cómo “disciplinar” y “educar” a la gente agrupada sin ejercer una autoridad basada en la violencia institucional?), y obviamente para llegar al poder a través de elecciones, donde los elementos decisivos son el mercado y el voto, es absolutamente imprescindible descorrer los pestillos para que entren las masas… No se puede negar que se trata de una disyuntiva con gran carga de lógica macondiana: se decide por mantener sus esencias fundacionales o, a la inversa, se las sacrifica para pavimentar el camino hacia el poder, y aunque la elección no es fácil, deviene crucial en un momento dado de la vida de los partidos.
Los peledeístas, como se sabe, no sólo eligieron derrotero cuando empezaron a saborear las mieles del poder hace ya un cuarto de siglo, sino que lo confirmaron de la única manera posible en este país: abriendo sus puertas para la “sapiencia” de los prosélitos del desaparecido caudillo de Navarrete y asumiendo el “tigueraje” levantisco y fraccionalista del viejo perredeísmo… Dejémonos, pues, de cuentos: el PLD -en tanto institución- talvez no pueda ser en justicia etiquetado filosóficamente como balaguerista o como perredeísta, pero una parte de sus líderes, dirigentes medios y militantes parecen esforzarse en estos momentos por demostrar lo contrario con su nueva mezcla de sabores y picores… (¡Ay, don Euclides, sus premoniciones al canto!).
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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