Hemos fallado en tantas cosas que convendría despertar, cuando menos para huir de nuestras mil contrariedades. Quizás, lo prioritario, sea poner en orden nuestra extraviada existencia. Conviene desintoxicarnos de los muchos tormentos injertados en vena. Esta afligida sociedad lo desorienta todo y lo torna discordante, contradictorio, lo que genera un clima de violencia y frustración como jamás.
No me extraña que aumenten las conductas suicidas ante la destrucción de nuestro propio interior. Por otra parte, la intranquilidad nos está dejando sin fuerzas y, lo que es peor, sin esperanza para poder reconstituirnos en la quietud. Parece que este lustro depresivo nos ha enraizado con sus amarguras, impidiéndonos levantar cabeza, y proseguir el camino del sosiego. A partir de este reconocimiento, los líderes mundiales no sólo han de admitir la urgencia de impulsar el crecimiento financiero, también deberían estimular las alianzas por la cual la especia humana se confraterniza desde mundos diversos, pero todos necesarios e imprescindibles para hacer familia.
Esta civilización de la que todos formamos parte, relacionada tantas veces con el amor, debería reflexionar mucho más sobre la exigencia del término, haciéndolo valer como afirmación de la persona. Hoy en parte las familias andan entristecidas por esa falta de compromiso de vivir en la verdad, pero también en la donación, en esa disponibilidad generosa de querer ayudar a crear un mundo de familias unidas, que son las que pueden transformar este ambiente tan inquieto que consume de manera excesiva y desordenada todos los recursos, sin contemplar que los derroches nos anulan cualquier nervio. Es urgente, entonces, propiciar otras sendas más humanas, por encima de los mercados y países. A veces da la impresión que solo existimos como maquinaria productiva y consumista, o bien como un objeto manipulable por el poder, olvidándonos que somos ciudadanos en diálogo permanente y que la convivencia va más allá de este engranaje frío que nos dilapida, hasta nuestro taxativo tiempo, para que no podamos ni pensar. También nuestro particular espacio, para que tampoco podamos sentirnos libres.
Por ello, debemos comprometernos a construir un medio social que aliente y sostenga una visión respetuosa con el ser humano; y la de éste, con su hábitat. Desde luego, me parece que no hay mayor tormento que no poder ser dueño de uno mismo, y permanecer solos en un mundo de desconsuelos, donde el terrorismo extremo y el fanatismo nos dejan sin aliento. Tal vez más que nunca hace falta que millones de familias atormentadas que viven en conflicto, con miserias crónicas y un miedo perenne, les mostremos nuestra compañía, la fraternidad que esperan y merecen. A propósito, el Secretario General de la ONU, acaba de subrayar la necesidad de que se restablezca la confianza en el orden mundial y en la capacidad de las instituciones regionales y nacionales para afrontar los retos más acuciantes que las naciones del planeta tienen en la actualidad. Por consiguiente, es un signo esperanzador, que para lograr este objetivo humanitario, Ban Ki-moon, haya convocado la primera Cumbre Mundial Humanitaria para el 23 y 24 de mayo próximos en Estambul, Turquía, y al hacerlo, recapacitemos sobre esta tormentosa realidad.
Indudablemente, no podemos vivir tranquilos si los líderes son incapaces de asumir sus encargos en prevenir y poner fin a los conflictos, pues los Estados deben cumplir con su obligación de respetar las normas establecidas por el derecho internacional humanitario. A mi juicio, la fraternización del mundo es una responsabilidad compartida, a la que todos estamos llamados, teniendo en cuenta que al crecer los males es conveniente que también crezca la compasión de la ciudadanía. Gran importancia tiene el quehacer de esa multitud silenciosa que enhebra la paz cada día, que luchan para garantizar la seguridad, el respeto de la dignidad humana y la defensa de los derechos humanos en los países atormentados por todo tipo de conflictos y tensiones. Será bueno, no dejar de dar por doquier lugar un claro y gozoso testimonio de humanidad, como ha hecho recientemente el militar y poeta español Guillermo de Jorge en un volumen, más del corazón que de la letra impresa, ante el peligro de la muerte, vivido en Irak y años después en Afganistán, donde describe el suplicio, más que con ardor guerrero, con furia poética, pues "supe del silencio cuando, el día más inesperado, nos cosieron a balazos". ¡Qué radiante será el momento en el que podamos dormir sin miedo y despertarnos sin dolor!.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
[email protected]
10 de febrero de 2016