Hoy, cuando todo el mundo camina saturado de noticias tremebundas, de imágenes que nos dejan sin nervio, quizás sientan como yo la necesidad de salir de esta espiral de horror y de impotencia, y piensen en cómo fortalecer el corazón, sin caer en la pasividad del egoísmo o en la indiferencia de la desgana. Es evidente que no podemos, ni tampoco debemos, dejarnos vencer por la carga. Siempre hay mimbres para salir de los reveses. No olvidemos que la fortaleza es un signo de humanidad; y, como tal, hemos de activarla siempre, cuando menos para poder convivir, para poder hermanarnos en definitiva. Por muy grande que sea el desconsuelo, cuando los latidos humanos suman, todo se hace más llevadero. Al fin y al cabo, nuestra existencia es más interior que exterior, más del alma y de los sentimientos, más de nuestro propio pulso, que es lo que en realidad nos mata, si lo dejamos en la frialdad de un punto muerto.
Convendría, naturalmente, buscar más tiempo para mostrar interés por nuestro análogo, pues en verdad, esto es lo que nos hace verdaderamente ser más fuertes. Sabemos todos que el hambre en el mundo cohabita porque en otros sitios, sobre todo en el orbe de los privilegiados, se derrocha y desperdicia. Con otro espíritu más humanitario, todos estaríamos más saciados, porque también el hambre espiritual, ocasionada en ese otro espacio de envidias y rencores, nos está dejando una traza de alteraciones de los procesos cognitivos y afectivos del desarrollo, que nos dejan sin aliento. Y ya no sé que será peor, si vivir sin nada que llevarse a la boca, o morir sin soplo porque nadie nos alarga su mano para que podamos respirar. En cualquier caso, los humanos deberíamos considerar aquellas palabras de Hermann Hesse, escritor suizo de origen alemán, en el que nos hacía saber algo tan verídico como real, que "lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia", pues, en efecto, el amor que lo es de alma, es la única fuerza y la única verdad que nos pone alas y, además, nos robustece.
Estimo, en consecuencia, que la fortaleza ha de ser un diario en nuestras vidas, en nuestro quehacer cotidiano, y no sólo en algunas ocasiones o situaciones especiales. Desde luego, merece la pena entusiasmarse por una existencia más humana y no caer en el desaliento. Posiblemente más que nunca, precisemos corazones unidos para trabajar al unísono; y, de este modo, poder hacer frente a los retos y amenazas a la paz, el desarrollo y la seguridad internacionales. El cambio climático, la violencia extremista, la pobreza y el sufrimiento de los refugiados son problemas que sólo podrán resolverse mediante la fortaleza que da la unidad de la especie. O sea, un corazón humano fusionado por todos los corazones humanos. Sólo así podremos sentirnos liberados de las incertidumbres y de todos los temores que hoy nos acechan en un universo globalizado, pero no hermanado, que es donde radica la verdadera fortaleza de nuestro linaje. De lo contrario, es destruirnos en la arrogancia, desprecio o desdén, cuando todos somos necesarios y precisos.
Son muchas las debilidades humanas, pero también la fortaleza se halla en todo ser, dispuesto siempre a afrontar los peligros, a soportar las adversidades, sobre todo cuando se tratan de causas justas. El recelo nos debilita a veces el coraje, pero hemos de saber que nadie llega a la cumbre de su propia vida acompañado por el temor. Para desgracia nuestra, hoy tenemos miedo para todo: miedo a fracasar, miedo a no llegar, miedo a no ser… y esto es más injusto que la rabia. Estoy convencido, por tanto, que para ser abrazado por la fortaleza del ser, todo humano debe estar sustentando y sostenido por un gran amor a la verdad y por la lucidez del bien que participa como claridad. Esa luminosidad de vernos frente a frente, amándonos, es lo que imprime valor y humanidad a la tribu. Únicamente así, podremos ser la gran familia, ¡el gran corazón sin coraza!.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
[email protected]
2 de marzo de 2016.-