La reacción de Fidel Castro a la visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha reavivado un fuego que el mandatario norteamericano pretendió apagar con su presencia y se entiende que, en cierto modo, lo ha ido logrando.
El largo artículo del líder de la Revolución cubana pudiera ser interpretado de varias maneras, incluso llegándose a calificar a Fidel como un mezquino que reacciona dolido porque el distinguido huésped no se reunió con él, siendo como principal figura del proceso iniciado hace casi seis décadas.
Obviamente que un calificativo de ese tamaño solo podría provenir del exilio, nunca del interior del Gobierno cubano ni aun de Washington. Nótese que la respuesta de la Administración norteamericana fue muy cuidadosa y se limitó a recordar lo difícil que siempre se consideró el nuevo camino que empiezan a recorrer ambos países tras una larga tensión.
¿Por qué no se reunió Obama con Fidel? La respuesta pudiera encontrarse en la formalidad con que el Gobierno estadounidense ha querido llevar el proceso de entendimiento con Cuba, lo cual le aconseja manejarse solo con los funcionarios del régimen. Esta pregunta y su posible explicación llevarían, necesariamente, a otra cuya respuesta sería más compleja: ¿Y la reunión con los disidentes?
Políticamente al Gobierno de Raúl Castro le aprovecha más, en términos de proyección externa, que Obama se entrevistara con un grupo de disidentes a que lo hiciera con Fidel, en razón de que el líder y comandante en jefe de la Revolución no aportaría ningún elemento adicional a la nueva entente que están construyendo Cuba y EE.UU, mientras que el visitante pudo conocer directamente de voceros de la disidencia la realidad de que hacen vida normal dentro de las restricciones propias de un régimen surgido de una guerra, no de elecciones.
Pienso que quien perdió al no entrevistarse con Fidel fue el presidente Obama, pues estamos hablando de la figura más trascedente de los últimos 60 años en América Latina, analizado desde una óptica estrictamente histórica, al margen de la simpatía o animadversión que provoca un hombre que lideró una revolución socialista y la mantiene–aun en el retiro– contra toda lógica geopolítica.
Al decir esto uno corre el riesgo de recibir cualquier calificativo. Pero nos remitimos a los hechos concretos.
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