El mundo necesita respuestas urgentes a los muchos problemas que poseemos. Estamos en un punto crítico. Tenemos el mayor sufrimiento humano de la última época. No es tiempo de reflexión o de dejar hacer. Ese momento ya se nos ha pasado. Al presente todos hemos de implicarnos, cada cual desde su conocimiento y valía, pero como personas de acción, como seres vivos pensantes, como ciudadanos comprometidos con la vida. Mayo puede ser un buen tiempo para renacer y reconciliarse con uno mismo.
Seamos agentes de luz. Naciones Unidas acaba de pedir a Europa que esté a la altura de sus principios en materia migratoria. Precisamente, los días 23 y 24 de mayo, Estambul; una de las ciudades más bellas del mundo por su espléndido valor artístico y su ubicación en Bósforo, se convertirá en un foro de esperanza, al menos así lo deseamos con todas las delegaciones que acudan a la primera Cumbre Mundial Humanitaria. Desde luego, no podemos permanecer pasivos ante una multitud de personas desesperadas que buscan salvar su vida. Y esta Cumbre, sin duda, es una puerta a la ilusión. El peor infierno, ya se sabe, es cuando ni esperas aliento alguno. A veces pensamos que mediamos ofreciendo unas migajas. Pues no, hemos de ser más activos para verdaderamente poder cambiar la vida de algunos ciudadanos, que podíamos haber sido nosotros mismos.
Hay que eliminar la necesidad, la huida, el desplazamiento forzado, y esto sólo se consigue con una mayor conciencia de fraternización. Las condiciones degradantes en las que muchos migrantes tienen que vivir son verdaderamente intolerables. No podemos abandonar nuestras obligaciones, la de tender la mano a nuestro análogo en dificultades, pues aunque los derechos humanos y la protección humanitaria está ahí, en letra impresa y sumamente vociferada por todos nosotros, sobre todo por parte de los privilegiados de la tierra, lo cierto es que tenemos la mayor crisis migratoria en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, las mayores formas contemporáneas de esclavitud por todos los continentes, como el trabajo forzoso y la servidumbre doméstica, e inclusive un incremento de sembradores del terror que nos dejan una sensación planetaria de vivir una permanente guerra psicológica en cualquier rincón del orbe.
Yo pienso que hay demasiado odio entre nosotros, multitud de envidias nos acorralan, porque el propio sistema de supervivencia alienta hasta el insulto a uno mismo, por eso es necesario hacer todo lo posible por eliminar las causas de esta bochornosa situación. No podemos convivir negando bienes primarios como son una vivienda digna, asistencia sanitaria, educación y trabajo, mientras otros dilapidan recursos y bienes sin consideración alguna. Si en verdad queremos la paz, ya no es cuestión de voz, es asunto de humanidad. De tomar acción, y aunque hemos de destacar los progresos que se han hecho desde que finalizó la última guerra mundial en lo que respecta a corregir sus secuelas, así como en materia de reconciliación, cooperación y promoción de los valores democráticos, ahora es el momento del ejercicio de la regeneración, de las políticas universales, de ponernos en actitud de servicio, sin hacer alarde ni agrandarse, con total donación de sí.
Sentirnos humanos no es un privilegio de unos pocos, todos nosotros tenemos el vínculo del hermanamiento, el tronco común de la especie, que nos insta a reconciliarnos unos con otros. Los que nada tienen no quieren limosnas, desean un trabajo decente para desarrollarse por sí mismos. Los refugiados quieren hogares, no casas de campaña. Ellos quieren un corazón que les consuele, una bandera que ondee por sus derechos. Por tanto, considero un acto de gran expectativa para el mundo, el que inspirado por su propia experiencia en la guerra y consciente de que los retos de hoy traspasan las fronteras y rebasan las capacidades individuales de respuesta de países y organizaciones, que el Secretario General de Naciones Unidas, Ban ki-moon, haya convocado para este mes de mayo una Cumbre Humanitaria Mundial, que cuando menos ha de hacernos recapacitar a todos, pues si importantes son los días del recuerdo y la reconciliación, más sustanciales han de ser aquellos que conjuntan y armonizan acciones desde diversas culturas, impulsando la confluencia de pensamientos e inspirando nuevos entendimientos, desde el estimulo de la concordia; contribuyendo, de este modo, a realzar la conciliación y, por ende, la seguridad internacional.
Estoy convencido que la Cumbre supondrá un antes y un después en la forma que tiene la comunidad internacional de evitar la angustia humana; no en vano, el llamamiento al cambio realizado por el Secretario General de Naciones Unidas parte de un proceso de consulta de tres años de duración que alcanzó a más de 23.000 personas de 153 países. Lo que le ha servido para pedir a los líderes mundiales de todos los sectores del gobierno y la sociedad que asuman cinco responsabilidades fundamentales: Prevenir los conflictos y ponerles fin, respetar las normas de la guerra, no dejar a nadie atrás, trabajar de manera diferente para poner fin a las necesidades e invertir en humanidad. En consecuencia, los líderes mundiales han de reafirmar sus compromisos para con los moradores del planeta, implicándose a llevar a buen término esta guía de ruta, esta agenda humanitaria.
A través de esta sensata campaña mundial de la Cumbre, ya inminente, la ciudadanía como colectivo va a tener también la oportunidad de colaborar y mostrar así su respaldo. El lema no puede ser más sugerente: "Una humanidad: nuestra responsabilidad compartida". De esta manera, cualquier ser humano, desde el lugar que habite, podrá pedir que se adopten medidas exigiendo a sus líderes que asistan a la Cumbre y aprueben compromisos audaces en favor de la Agenda para la Humanidad. Por otra parte, la plataforma de compromisos de la Cumbre Humanitaria Mundial es una herramienta de promoción orientada a impulsar la participación significativa de los principales agentes y partes interesadas. Tales agentes pueden registrar antes de la Cumbre sus compromisos, que deben tener unos resultados mesurables. Sin duda, nadie podrá decir, que va a quedar excluido de la acción.
Hoy más que nunca es preciso emprender acciones decisivas y colectivas para reafirmar nuestra responsabilidad compartida de salvar vidas y permitir que las personas caminen o vivan con dignidad. Más allá de las buenas intenciones se precisan labores concluyentes, prepararnos para las crisis y responder ante ellas, tener resultados y poder ofrecer realidades que nos esperancen. Habrá tiempo de comentar con el informe final del Secretario General de Naciones Unidas su cumplimiento, pero lo cierto es que hoy millones de personas, la mitad de los cuales son niños, se han visto obligados a abandonar sus hogares debido a los conflictos y la violencia. Por si fuera poco, también el costo humano y económico de los desastres producidos por los peligros naturales también se han intensificado. En suma, que estamos obligados a coaligarnos todos con todos y a entendernos reconciliándonos con la escucha, cada cual consigo y con todos. Abandonemos, pues, las luchas que embisten a veces todos los campos de la vida individual, familiar, social, nacional e internacional; y gastemos, nuestra propia energía, en avivar acciones sencillas, donde la ostentación sea nula, pero el cumplimiento auténticamente solidario. Al fin y al cabo, son las pequeñas acciones las que nos cambian, tras interrogarnos libremente, las que nos hacen ser mejores ciudadanos, óptimas personas, ¡un corazón andante!.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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1 de mayo de 2016