Los Juegos Olímpicos Mundiales a efectuarse a partir del 5 de agosto venidero en Rio de Janeiro podrían convertirse en un alivio para calmar la tensa realidad política que vive Brasil.
Pero al margen de la celebración de este magno evento deportivo mundial, importante es saber si las élites económicas, políticas y sociales brasileñas han analizado profundamente las consecuencias derivadas de la ejecución de un “golpe de Estado blando” como vienen orquestando grupos opositores en el congreso de esa nación.
La posible destitución de la presidenta de Brasil, Dilma Rosseff, por supuestos actos de corrupción, podría generar un espacio de inestabilidad política en América Latina de consecuencias impredecibles.
Estaríamos al borde del precipicio no tan solo en Brasil sino igualmente en el cono Sur, que secuencialmente arrastraría a Venezuela; Colombia, Bolivia, Ecuador, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay.
Los ensayos de “golpes de Estado blandos” alcanzaron éxitos en Honduras y Uruguay.
El golpe de Estado contra el presidente José Manuel Zelaya Rosales en Honduras, perpetrado a instancia del congreso y finalmente de la Suprema Corte de Justicia de ese país centroamericano el 28 de junio del 2009, generó cuestionamientos sobre la fragilidad del modelo democrático latinoamericano.
Fernando Lugo, ex sacerdote y presidente de Uruguay fue destituido por el congreso de esa nación suramericana el 22 de junio del 2012, tras un juicio político por acusaciones de corrupción.
Ahora es Brasil
Entonces, ¿ocurriría lo mismo en Brasil? Creo que no, allí el cuadro social es diametralmente diferente en lo político, económico, diplomático y militar.
Aunque ya diputados brasileños sancionaron positivamente la apertura de un juicio político contra la presidenta Dilma Rosseff, ahora hay que esperar lo que decidan los senadores, quienes han conformado una comisión especial para escuchar esta semana los planteamientos de los detractores de la mandataria así como de funcionarios que la defienden.
Brasil es una potencia de conexiones económicas y comerciales con Estados Unidos, China, India y Rusia para apenas citar cuatro grandes y poderosos mercados mundiales.
Una desestabilización de las estructuras democráticas brasileñas arrastraría a los principales mercados internacionales hacia el abismo.
Brasil, se distingue en el mapa mundial no tan solo por ser la sexta economía mundial sino igualmente por sus 8.5 millones de kilómetros cuadrados de territorio y sus más de doscientos millones de habitantes.
La ultraderecha de Brasil ha persistido tenazmente en tratar de sacar del poder a Dilma Rosseff apelando a un juicio político por supuestos actos de corrupción, lo que ha sido considerado “un golpe de Estado blando”. Todavía soy de lo que pienso que la descabellada acción contra la institucionalidad democrática brasileña no pasará. ¿Por qué razón?
Primero, la historia de Brasil hay que analizarla y estudiarla cuidadosamente.
Fue la última nación del Hemisferio Occidental en el mundo en abolir el sistema esclavista, el 13 de mayo del 1888, después de Perú; Cuba, Argentina, Colombia, Puerto Rico, México y Estados Unidos.
Todavía en 2008, es decir, más de 120 años de haber sido abolida la esclavitud mundial, en territorio brasileño se estimaba que entre 25 mil y cuarenta mil trabajadores eran víctimas de trabajos forzosos.
Pero también, fue de los países latinoamericanos que más tardó en incorporarse a la democracia tras una prolongada dictadura militar.
Grito de Independencia
El inicio del proceso de independencia de Brasil materializado a partir del famoso y epopéyico grito de Ipiranga, impulsado por Pedro de Braganza, anticipaba la forma tan peculiar en que el país suramericano comenzaría a separarse del predominio de Portugal, cuyo imperio colonial se perpetuó hasta 1822.
El periodista argentino Juan Carlos Casas relata en su libro:”Nuevos Políticos y Nuevas Políticas en América Latina”, que la independencia de Brasil fue un acontecimiento sui géneris, ya que incluso ni siquiera generó en guerra con el imperio colonial que tenía su centro hegemónico en Lisboa, capital de Portugal.
En consecuencia, el grito de Ipiranga más bien fue un acto administrativo en el que las partes lograron armonizar y conciliarse sin apelar al uso de la fuerza militar. Los portugueses habían arribado a territorio brasileño el 22 de abril del año 1500.
El 7 de septiembre de 1822 es proclamada la Independencia de Brasil, coronándose como emperador Pedro I. Para entonces, la nación suramericana tenía 4 millones de habitantes y un millón 147 mil 515 esclavos, provenientes en su mayoría del sur de África.
El intelectual Renato Janine Ribeiro, profesor de Ética y Filosofía de la Universidad de Sao Paulo, afirma que la sociedad brasileña “tiene el pésimo hábito de no ajustar cuentas con el pasado”.
Y recuerda que “Brasil debatió muy poco sobre la dictadura, así como debatió muy poco sobre la esclavitud, la colonia y la monarquía. Es un problema serio del país”.
Los emperadores portugueses adoraban vivir en el vasto territorio brasileño donde disfrutaron y controlaron a su antojo no tan solo las inmensas riquezas materiales sino además, el clima, paisaje y a sus monumentales doncellas.
Por consiguiente, en Brasil, la cultura del autoritarismo, exclusión, irrespeto a las normas democráticas y de violencia desde el Estado tiene sus raíces en su propia historia de la colonia, esclavitud, monarquía, dictaduras militares y ensayos democráticos.
Gobiernos Liberales
Brasil, como cualquier otro país latinoamericano ha sufrido anteriormente golpes de Estado; inestabilidad social, regímenes militares, crisis económicas, intromisiones y alteraciones institucionales. Sin embargo, nunca ha tenido una guerra civil ni una invasión extranjera, exceptuando por supuesto, la presencia colonial-imperial de Portugal.
Getúlio Domelles Vargas, apoyado por la cúpula militar gobernó la República Federativa de Brasil en cuatro ocasiones y estableció algunas reformas que posteriormente condujeron hacia un moderado espacio democrático en el país.
Tancredo Neves, José Sarney, Fernando Collor de Mello, Itamar Franco, Fernando Henrique Cardoso, Luiz Inácio Lula Da Silva y Dilma Rousseff son los de mayores aportes a la institucionalidad democrática brasileña.
Los dos primeros no fueron elegidos por votación directa de la población sino más bien por sufragio indirecto o acuerdos en los que los militares asumieron protagonismos.
En cuanto a Collor de Mello, aquél joven esbelto formado en universidades estadounidenses y pupilo de la oligarquía brasileña se convirtió en un fiasco y frustrante político que tuvo que ser sacado del poder por escandalosos actos de corrupción el 29 de diciembre de 1992.
Viví de cerca en sus inicios ese fatídico acontecimiento porque residía en Sao Paulo, Brasil, entre 1990-1992, cursando mi maestría en comunicación científica y tecnológica en la Universidad Metodista.
Fernando Collor de Mello quien provenía del seno de una familia rica del estado de Alagoas logró derrotar en las urnas al entonces líder metalúrgico Luiz Inácio Lula Da Silva. Los empresarios y principales medios de comunicación brasileños abiertamente favorecían a Collor de Mello.
El tratamiento informativo y de opinión que brindaron los diarios de Brasil entre ellos, Folha de Sao Paulo; Journal de Brasil y O Globo a la crisis política que sepultó al gobierno de Collor de Mello fue muy diferente al que otorgan actualmente a la presidenta Dilma Rousseff.
La red de televisión O Globo y los principales rotativos de Brasil están unidos en contra de la mandataria y han logrado eco entre algunos comentaristas de CNN de los Estados Unidos.
Cuando Collor de Mello fue destituido del cargo asumió el vicepresidente Itamar Franco, político moderado y respetuoso del orden institucional y a quien nunca se le vinculó en tramas conspirativas.
La presidenta Dilma Rousseff ha acusado públicamente al vicepresidente Michel Temer de formar parte del plan conspirativo para destituirla.
Mientras el ex presidente Luiz Inácio Lula Da Silva, padre político de la actual mandataria, responsabilizó a la derecha brasileña de patrocinar el juicio político en marcha.
Ciertamente que el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil nunca ha sido santo de devoción de la oligarquía de ese país, y al propio Lula lo bloquearon sistemáticamente durante cinco intentos para alcanzar el poder vía electoral.
Los venideros días definirán el rumbo político que seguirá Brasil, pero un aspecto a destacar es que en esta ocasión la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de Naciones Unidas (ONU) han advertido que se oponen a la interrupción del orden constitucional brasileño y a la posible destitución de la presidenta Dilma Rousseff.
Asimismo la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) ha condenado los aprestos para sacar del poder a la presidenta brasileña y advirtió sobre sus graves consecuencias.
Ya veremos.