Las madrugadas eran frías y oscuras para aquella larga familia que tenía que tirarse de la cama con el canto del gallo que amanecía amarrado de un esquinero de la casona levantada en un llano a pocos metros del arroyo.
Doña Tero y Don Miguel Ángel acostumbraron a los muchachos, en la medida en que iban naciendo, a acostarse a prima noche porque a esa hora ya no había mucho que hacer.
Pero bien temprano ellos ordeñaban las dos vacas que permanecían sueltas en el fundo donde vivía la familia. La costumbre era la misma: dos de los muchachos las amadrinaban, dos le daban de comer, dos amamantaban los becerros y ocho al mismo tiempo le apretaban y le exprimían cada una de las tetas hasta dejar las ubres sin una sola gota de leche.
Una buena poca la hervían y la hacían acompañar de víveres sancochados y la restante la echaban en dos bidones y la mandaban a vender al pueblo con uno de los muchachitos más pequeños, que a pesar de su corta edad ya había aprendido a ponerle la esterilla y el aparejo al burro que tenía unas pezuñas tan puntiagudas que en cada pisada dejaba un hoyo en el suelo.
El bozal se lo hacía Don Miguel Ángel con una soga que ya había tomado la forma exacta del hocico del animal para asegurarse que el muchacho no se cayera al cruzar las cañadas y los ríos que separan a El Romerillo de El Guanal y a El Guanal de Sabaneta.
Del pueblo, las árganas o cerones llegaban con parte de lo que se iban a comer durante el día y con algunos mandados de los vecinos y otros familiares que vivían muy cerca.
El agua de Bánica y Baniquita servía de aliento y reposo a la gente, pero también permitía a los muchachos comer de los frutales que crecían silvestres en la orilla, para luego estrujarse las verijas y quitarse el salitre con un pedazo de jabón de cuaba e irse corriendo tras el pan de la enseñanza.
Desde pequeño, él se enamoró tanto de su escuela que todos los días llegaba junto a la maestra, quien lo ayudaba a bajar del inteligente y orejudo cuadrúpedo. Por esa razón el niño aprendió a soñar con ser grande desde que conoció las vocales y se enteró de la existencia del abecedario.
Tiempos después, los caminos se le abrieron y aprendió los misterios de la tierra, de las plantas, de las aguas y de los animales racionales e irracionales.
Conoció a Marx, a Fidel y a Don Juan y asumió el servicio a la gente como un compromiso. Hoy junto a Danilo, siembra media isla, cultiva media isla, cosecha en media isla y alimenta dos naciones que comparten la misma isla.
El bramido de las yuntas se asienta en cada surco, arado o regadío, en cada litro, galón o botella y en cada quintal, tonelada o fanega. Mientras camina, El Ángel de El Guanal corta un guano, lo mira y lo teje con sus propias manos.