Por Johnny Arrendel
La República Dominicana tiene la necesidad de crear un Cuerpo de Gendarmería, para destinar a la gran cantidad de personas con vocación al uniforme, pero quienes no posee la capacidad real de cargar con el mayor peso en la lucha contra el delito y las labores de seguridad nacional, que constituyen el desafío de estos tiempos, y por eso policías y militares deberían ser profesionales probados en sus ramas,
Por ejemplo, la Policía Nacional es efectiva en la función de investigación criminal y auxiliar de la Justicia, mas solo relativamente eficiente en preservar el orden público y casi un fracaso total en su compromiso de prevenir el delito.
En el rol de Policía Técnica Judicial, se le plantea un conflicto permanente con el Ministerio Público, lo que se verifica en que muchos detectives veteranos se resisten a subordinarse ante los fiscales adjuntos adscritos a los Departamentos Investigativos.
Pero aunque es frecuente que se desconozca la condición de los fiscales como jefes de la investigación criminal, es innegable que el porcentaje de resolución de crímenes en este país es notablemente alto, en particular en cuanto a los homicidios.
La implementación de técnicas avanzadas de investigación, mediante la habilitación de la Policía Científica, ha contribuido a este grado de eficiencia, y hay que resaltar los aportes que hicieron el patólogo forense Sergio Sarita Valdez y su destacado alumno, el general Bernardo Santana Páez.
Pero en los aspectos preventivos, la Policía no cumple en lo absoluto con sus responsabilidades. Por ejemplo, en la mancomunidad del Gran Santo Domingo el patrullaje visible en las calles y puntos críticos no es para nada relevante.
Incluso, los agentes destinados al patrullaje no ejecutan un protocolo en tal sentido, y tampoco
hay un proceso riguroso de supervisión. Es común ver a los patrulleros a pies aglomerarse en las esquina, sin estar en alerta, y distraerse en conversaciones o chateos.
Las cantidad de unidades auto trasportadas en operación suele ser reforzada en momentos de crisis, pero a poco se pierde el entusiasmo y el rigor. Las camionetas y motocicletas suelen tener una vida útil muy corta y a menudo terminan como chatarras por falta de mantenimiento o uso inapropiado.
La gente ha derivados en no dar credibilidad a los anuncios periódicos de la Policía de que incrementará el patrullaje en las calles, ya que tiene por sentado que esto nunca es sistemático ni responde a un plan de gran escala.
La Policía no ha logrado avance palpable en el área de Inteligencia, que le facilite por ejemplo, infiltrarse en las bandas criminales del transporte y anticipar sus habituales atentados en el ámbito del tránsito y la vida universitaria.
Tampoco inspira confianza la incorporación de militares a las calles, quienes solo tienen capacidad de intimidar con su presencia marcial. En realidad carecen de las herramientas, de la formación y de la práctica para incidir en la reducción del delito.
Pero, por décadas, persiste una realidad que anquilosa la política de seguridad ciudadana, y es la de que la mayor parte de la nómina policial está destinada a funciones ajenas a su naturaleza.
En efecto, el relacionista de la Policía ha dicho que la institución cuenta con una plantilla de entre 38 mil y cuarenta mil agentes, pero no puede precisar cuántos de estos cumplen su verdadera responsabilidad.
No obstante, recordemos que cuando Franklin Almeyda fue Ministro de Interior, superior jerárquico de la Policía, reveló que esa institución tenía un registro de 27 mil agentes para la época, pero solo 15 mil estaban disponibles para servicios operativos, tácticos y administrativos.
Resuelta que miles de policías son destinados a servicios públicos no afines a sus responsabilidades, por ejemplo en entidades estatales, donde en la mayoría de casos su pericia y entrenamiento no es aprovechado, pero en cambio, ellos se benefician de cobrar un sobresueldo.
Igualmente, las grandes tiendas se dan el lujo de contar entre su personal de seguridad interna con policías pagados con fondos estatales, pero quienes sin embargo no rinden servicios públicos.
Lo mismo pasa con entidades de servicios, corporaciones e industrias, al punto que nadie se sorprende de que algún oficial superior, ya sea un mayor o un coronel, desempeñe la nada decorosa función de “chofer de un turpén”.
Pero, periodistas y figuras públicas también procuran darse el postín de proclamar a viva voz: “Llamame al capitán que me maneja”, ya que eso contribuye a darles prestancia.
Creo llegado el momento de que el Estado, a través del Congreso, se aboque a la creación de una Gendarmería, a donde vayan a parar todos estos recursos humanos obsesionados con la idea de no ser “simples civiles”, pero que en verdad no tienen vocación ni condiciones idóneas para batirse contra el delito o defender la Soberanía.
En diversos países, la Gendarmería es un cuerpo militarizado que cumple funciones policiales, así que si se habilita en República Dominicana, también pudiera incorporar a miles de soldados acostumbrados al tipo de rutinas de baja intensidad y compromisos, que les vincula en gran medida a l mundo civil y no a las misiones de Defensa o Seguridad Nacional.
Además de servir de edecanes, ayudantes y escoltas de embajadores, funcionarios y demàs personalidades, los gendarmes, dotados de rangos, insignias y parafernalia militar, ayudarían a mantener el orden y la vigilancia en las pequeñas y medianas poblaciones, en los monumentos, parques y vías públicas. Sobre todo en momentos de especial necesidad, como festividades y situaciones de emergencia.
De esta manera, los policías y soldados de compromiso real, agrupados en instituciones armadas más pequeñas y eficientes, y dotados de mayor capacitación, especialización, dedicación, entrega, y que por tanto, correrían más riesgos en su desempeño, podrían aportar servicios verdaderamente efectivos a la Patria y en consecuencia, ser mejor remunerados.
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