No me gusta este mundo que juega con vidas humanas, que cultiva el racismo y propicia el resentimiento y la venganza, que se encarcela en la mentira cada noche y se deja cautivar por el endiosado poder del dinero cada día. El retroceso de los principios y derechos humanos no es bueno para nadie. Llevamos tiempo erosionando nuestro propio espíritu humano.
Quizás deberíamos mirar más hacia dentro de nosotros que hacia fuera. Únicamente así podremos modificar actitudes. Fruto de este desgaste es la deshumanización que atravesamos como especie. A los hechos me remito. Tenemos el mayor número de personas desplazadas por conflictos desde la Segunda Guerra Mundial. El sentimiento de exclusión ahí está, conviviendo con cada cual, lo que incrementa las inquinas, que nos alientan no sólo a ser más salvajes, también nos alimentan a un extremismo como jamás.
Deberían surgir, pues, líderes de acción capaces de modificar la vida de sus poblaciones, tantas veces denigrada, sobre todo en un momento en el que el discurso del rencor ha tomado posiciones de cierto privilegio. No se pueden desmantelar las instituciones judiciales, máxime en una época de tantos sobornos y corrupciones. La cuestión es reconstruir un planeta para todos cada amanecer, en el que toda existencia cuente, y no para un grupo o una clase de privilegiados. Esta esperanza no la podemos perder y hemos de luchar por ella, puesto que el desconsuelo también nos impide ver otros horizontes. En este sentido, considero una buena noticia que la Agencia de la ONU para los refugiados y la Unión Europea, acaben de presentar el proyecto "Educación en emergencias", dirigido a niños afectados por la violencia. Ideas como ésta son las que hay que poner en práctica ante un clima de terror tan acusado como el que vivimos en cualquier punto del orbe.
Tampoco se puede permitir que el espíritu humano se deteriore a través de algo tan en auge como son las redes sociales, que en un principio pueden instaurar una cultura de encuentro, pero también conlleva sus peligros, y el primero su antítesis, una cultura de enemistad, mediante el acoso en línea, el engaño permanente o la incitación al odio. Indudablemente la red digital puede ser un lugar rico en humanidad; pero, igualmente, suculento en inhumanidad. Las leyes internacionales deberán, en consecuencia, prestar mucha más atención a este tipo de foros, que no consiste en limitar o prohibir el acceso a Internet a sus ciudadanos, cuestión que atentaría directamente contra los propios derechos humanos, sino de proteger a esta mundializada ciudadanía; ya que, en el fondo, todos podemos ser potenciales víctimas de delitos virtuales.
Por desdicha, el ser humano se ha endiosado de su propio cuerpo y ha perdido su auténtico deseo de embellecerse interiormente. Así muchas veces no se halla ni a sí mismo. Hoy vivimos unos de otros, en lugar de vivir para el otro. Ese espíritu humano de donación hacia el análogo hace tiempo que lo tenemos olvidado. Somos destructores más que constructores, y esa no es nuestra fuerza. Qué lástima que también nuestro hábitat y lo que nuestros antepasados construyeron, en lugar de cuidarlo, corra también peligro debido a tantas inseguridades. La necedad nos gobierna y nos aborrega hasta dejarnos sin verbo. O sea, sin alma. Somos así de estúpidos. Es importante el don del entendimiento para nuestra propia vida humana, ese don de comprender la verdad, aunque esto comprometa mi manera de moverme. No somos personajes de tragedia, somos seres pensantes con espíritu armónico, que merecemos cuando menos respetarnos a nosotros mismos con la escucha diaria de nuestras habitaciones internas. Seguramente, para ello, tendremos que mirar más el corazón y menos la fachada.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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13 de julio de 2016.-