Por Luis Casado*
París, 19 jul(PL) Hace unas semanas el FMI publicó la última edición de sus "Perspectivas de la economía mundial", tan llena de banalidades como cualquier edición anterior, y aún más pesimista que las anteriores.
El hecho no deja de ser llamativo si se tiene en cuenta que los consejos que prodiga a medio mundo son los que tienen a la economía en el suelo.
¿Y usted, de qué está pesimista? De mí misma, debe responder Christine Lagarde, directora-gerente del FMI. O bien Maurice Obstfeld, su economista jefe. En una larga letanía de "riesgos", que explican el marasmo mundial, Obstfeld cuenta la caída del precio del petróleo, que hasta hace poco debía ser la causa de una aceleración del crecimiento.
Ya sabes: si el precio de la energía disminuye, disminuyen los costos de producción, se estimula la demanda y todos a celebrar el carnaval. Ahora no, es al revés. ¿Por qué? Lo de siempre: la ley de la oferta y la demanda, el FMI no lo tiene claro.
La guerra en Siria es otro "riesgo". Tal como lo lee. No lo digo yo, lo dice el FMI, lo que lleva a preguntarse si el FMI está bien de la cabeza, si se tiene en cuenta que la guerra en Siria la desataron los occidentales para alegría y jolgorio de los fabricantes de armas.
Francia acaba de lanzar ocho misiles de crucero contra el Estado Islámico, a un precio unitario de un millón de euros, sin contar la amortización de los aviones, el carburante, los salarios de los pilotos, el apoyo técnico y otros detallitos. El fabricante de misiles se relame los dedos.
Tercer "riesgo", la amenaza terrorista. Que no cayó del cielo como las malas lluvias. Obstfeld olvida mencionar que -como dice el filósofo francés Michel Onfray- esa amenaza tiene una genealogía, un origen. Ese origen está en las guerras que occidente lanzó en Iraq, Afganistán, Yemen, en Libia, Siria, en Malí y otros países.
El razonamiento de los terroristas es de una sencillez abismal: "Tú me matas yo te mato". A nadie, incluyendo el FMI, se le ha ocurrido que la paz pudiese ser una alternativa.
La eventual salida de Gran Bretaña de la Unión Europea completa el sombrío cuadro que pinta el FMI, en el que el elemento más preocupante es "la caída de la demanda".
Caída que proviene de la austeridad preconizada por esa institución, que redujo significativamente los presupuestos públicos de los Estados que le hacen caso, del alto nivel de desempleo que genera la caída del gasto público y de la renuencia a invertir, por parte del sector privado, ya que no hay demanda.
En otras palabras: la baja de la demanda provoca la caída de ésta. Keynes lo había explicado con manzanitas en 1936 en su Teoría General. Uno se pregunta a qué diablos se dedica el economista jefe del FMI.
Lo más extraordinario es que el FMI confiesa su perplejidad ante la falta de eficacia de su propia medicina, lo que Obstfeld llama "remedios convencionales", consistentes, en su mayoría, en el relajo monetario que llaman quantitative easing, la emisión sin respaldo, la creación de moneda trucha (falsa): el dinero nunca ha estado tan disponible, ni a tasas de interés tan bajas. No obstante la demanda, traducida en consumo o en inversión, no despega.
Aún cuando el FMI reconoce que sus recetas son inútiles, sigue proponiendo remedios que, para dinamizar la economía, son tan inservibles como los emplastos de mostaza para curar el cáncer.
Para incrementar la demanda sugiere generar empleo. Para facilitar la creación de empleo, aconseja una reforma del mercado del trabajo que consiste en facilitar los despidos y reducir, o aún eliminar, las indemnizaciones por despido. Lo espeluznante es que el FMI reconoce que -gracias a la citada reforma-la situación empeoraría antes de mejorar eventualmente.
Al mismo tiempo, sugiere limitar la duración y el nivel de las indemnizaciones que reciben quienes están sin trabajo, con la esperanza que el hambre estimule la búsqueda de un empleo, como si el hecho de buscarlo lo crease.
A esas genialidades que enumero, el FMI agrega la necesidad de "mejorar el funcionamiento del sistema monetario internacional y la estabilidad de los mercados financieros, así como la cooperación internacional", materias en las cuales "queda mucho por hacer". En el pedir no hay engaño.
Una publicación financiera europea ofreció la conclusión más evidente: "He ahí una constatación del FMI que suena como el reconocimiento de su propia impotencia".
Afortunadamente para la humanidad existe Rodrigo Valdés, ministro de Hacienda de Chile, quién le enmienda la plana al FMI. Comentando las mediocres perspectivas que le adjudica a la economía chilena, Valdés declaró: "Creo que es una foto que no tiene la última información". Lo que lees: "una foto que no tiene la última información…" Comprenda quién pueda.
Y para que no quedase la sombra de una duda, Rodrigo Valdés afirmó "que si el FMI hubiera conocido el índice Imacec de febrero probablemente no habría hecho esa estimación".
¿Es grave, doctor? Lo del FMI sí, muy grave. Lo de Valdés, terminal.
*Profesor, informático e ingeniero chileno. Colaborador de Prensa Latina.