El pueblo mapuche habitaba pacíficamente y en propiedad lo que conocemos como el territorio de la Araucanía* cuando en 1492 América Latina fue invadida por el Imperio español, sin que mediara provocación alguna.
Por Roberto Avila Toledo
Ya existía un derecho internacional, llamado derecho de gentes, que prohibía agredir naciones, especialmente cuando ellas tenían una forma de organización estable ya constituida.
Los agresores construyeron un burdo discurso justificativo de la guerra genocida que habían desatado. Señalaron afanes evangelizadores, civilizatorios y por último una supuesta donación papal.
¿Cómo se puede evangelizar a quienes se mata, mutila y esclaviza?,
¿cómo podía un reino en cuyos palacios reales no existían ni siquiera baños y la mayor parte de su población era analfabeta pretender civilizar a los Incas o los Mayas ?,
¿cómo podía donar el Papa algo que no era suyo , pues ni siquiera lo conocía?, son interrogantes que nunca se respondieron pues los arcabuces, las lanzas y el garrote vil resolvieron la discusión.
Hay un texto que las jóvenes generaciones no deben olvidar: “Las venas abiertas de América Latina”, Eduardo Galeano.
Fueron teóricamente enjundiosas las polémicas entre Ginés de Sepúlveda y el noble Bartolomé de las Casas (“Relación de la Destrucción de las Indias”/ 3 Tomos), acerca de los fundamentos de la invasión, si los hubiere, y el genocidio de que era víctima la población originaria. Pero eso no le salvó la vida a nadie, ni detuvo la masacre.
Da cuenta en todo caso que la brutalidad de lo acontecido inquietaba incluso la conciencia de los propios invasores.
Del río Bio-Bío al sur los afanes de conquista de los españoles recibieron como respuesta la lucha armada de un pueblo dispuesto a defender su independencia.
La guerra popular de los mapuches (no tenían ejército profesional) tuvo un desenlace victorioso en la batalla de Curalaba (1598) en que Pelantaro aniquiló al ejército español en la zona, junto al cual pereció su jefe el gobernador del reino de Chile Martín Oñez de Loyola.
Sin desmerecer en lo más mínimo la grandiosidad de Playa Girón creo que la primera gran victoria en contra del imperialismo en América Latina es Curalaba.
América Latina nace en Curalaba.
Curalaba es la madre de Ayacucho, por ello los independentistas dieron al partido de la revolución el nombre de Logia Lautaro en recuerdo de las primeras luchas independentistas iniciadas por los mapuches.
De allí en adelante se fijaron los límites del Imperio español en estas tierras, que eran el Bío Bío por el Sur y reaparecía desde Valdivia al Sur. Todo el resto era territorio independiente mapuche.
Así se reconoció en múltiples tratados y parlamentos.
Nunca, póngase atención a esto, los mapas españoles incluyeron la Araucanía.
En derecho internacional existe el principio del Utis Posidetis, que significa, para estos efectos que el nuevo estado de Chile tiene como límites los que tenía como colonia. La Araucanía no era parte del Reino de Chile, no eran jurisdicción militar de la Capitanía General ni jurisdiccional de la Real Audiencia, ni políticamente adscrita a la gobernación de Chile ni al Virreinato del Perú. El estado de Chile no heredó jurídicamente la Araucanía pues estos territorios eran independientes del estado español que le dio origen.
Con ocasión de las guerras de independencia de Chile, el naciente estado chileno firmó tratados con los mapuches, lo que implicaba un reconocimiento como otro estado, como un legítimo sujeto de derecho internacional. Nuestra nación originaria no participa en la guerra pues ellos eran independientes.
La heroica y victoriosa resistencia mapuche inspiró con el nombre de uno de sus caudillos, Lautaro, a la logia que fue la vanguardia teórica y política de la lucha de independencia de América Latina de la cual con legítimo orgullo estamos celebrando su bicentenario.
O’higgins tiene discursos colmados de admiración y respeto al pueblo Mapuche.
Ese es el O’higgins que la derecha no nos cuenta y que parte de la izquierda olvida. La primera bandera de nuestra patria tiene a dos mapuches sosteniendo nuestro escudo de armas.
No podía estar en el pensamiento de nuestros libertadores lo que el estado de Chile, estado conservador y liberticida a partir de la victoria conservadora de Prieto en 1830, le hará al pueblo mapuche.
La mal llamada pacificación de al Araucanía es una invasión genocida desde el estado de Chile que en la segunda mitad llevaron adelante personas como José Joaquín Pérez y Cornelio Saavedra que de haberlo hecho en estos tiempos tendrían banquillo asegurado en el Tribunal Penal Internacional.
Más de 10 millones de hectáreas fueron usurpadas, nuevas ciudades como Temuco se construyeron, miles de mapuches asesinados, comunidades incendiadas y los sobrevivientes echados a la cordillera para que murieran de hambre y enfermedades.
Este genocidio del siglo XIX es solo comparable al de los armenios y Judíos en el siglo XX. Que sobrevivieran fue un milagro, y después dicen que son pobres y borrachos.
Ninguna de las ciudades que existen hoy en la Araucanía son previas a la llamada pacificación, eso demuestra que nunca fue territorio español ni chileno.
Pero lo que es peor, no desató el genocidio el estado chileno en beneficio de los chilenos sin tierra, que los había y muchos, sino de alemanes, italianos y franceses a los cuales se les entregó gratuitamente las tierras producto de la usurpación.
Con el estómago vacío llegaron de Europa los antepasados de los “rubiecitos de ojos celestes” que ahora miran con desdén a la Nación Mapuche.
El asunto fue tan abusivo que el propio estado chileno inventó la curiosidad jurídica de las “mercedes de tierra”, que no es el derecho real de dominio del Código Civil, para “autorizar” que los mapuches vivieran en los peores lugares de sus propias tierras.
En 1881 siendo presidente Aníbal Pinto desde el estado chileno se montó una provocación que desembocó en el asesinato de 18 personas integrantes de la familia Melìn, lo cual puso a los mapuches en estado de beligerancia.
El parlamentario don Benjamín Vicuña Mackenna, uno de los más grandes chilenos del siglo XIX, denunció el montaje en un artículo en el diario El Mercurio.
Se iniciaron entonces las operaciones militares, con tropas que venían de la victoria en la guerra del Pacífico.
Una invasión en todas sus formas, una guerra sucia, que nunca fue una guerra legal pues el parlamento chileno nunca la autorizó, a partir de aquí los mapuches quedaron en una situación calamitosa y si han sobrevivido es por una vitalidad como nación extraordinaria.
Esta agresión es un conflicto internacional pues la Araucanía no era territorio chileno y peor aún el estado chileno había firmado varios e importantes Tratados con los mapuches lo cual es un evidente reconocimiento como estado y sujeto de derecho internacional.
Sólo el gobierno del Dr Salvador Allende tuvo una mirada y una actitud distinta frente al problema como lo recuerdan los propios dirigentes mapuches.
Los mapuches son acusados de terrorismo y no han matado a nadie, por el contrario varios de ellos han caído víctimas de las balas policiales, incluso por al espalda. Curioso este terrorismo que ataca con perdigones y no mata a nadie.
Sólo en los últimos días se ha producido la muerte de dos descendientes de los usurpadores y las campanas del escándalo han tocado a rebato. No se ha establecido judicialmente si existía un dolo de matar o fue una situación que se salió de control.
Uno de los asesinos del general Schneider, Alan Leslie Cooper ha incitado a atacar a balazos a los mapuches. Al gobierno un llamado de esta naturaleza hecho por un sujeto peligroso no le ha merecido reparo alguno.
Las empresas forestales les acusan de robo por sacar leña de sus bosques milenarios. Para desprestigiarles se les dice delincuentes comunes, para condenarlos a penas de prisión descomunales se dicen que son terroristas.
No estamos ante una situación del fuero común sino ante un problema de estado. Los problemas históricos en la conformación de nuestro estado no pueden ser resueltos por el Ministerio Público, si hablamos seriamente.
El estado de Chile es una realidad inquebrantable, pero, por el bien de todos debemos reconocer, que somos un estado con dos naciones y con la obligación vivir en armonía y justicia.