La información aparece en el informe de la FAO “El estado de los bosques del mundo“ que aborda el problema de lograr la seguridad alimentaria sin afectar la cobertura vegetal del planeta del que IPS elaboró una reseña.
Por Baher Kamal
ROMA, 20 jul 2016 (IPS) – El mundo se enfrenta a un enorme desafío: por un lado, la necesidad imperiosa de producir alimentos para la creciente población mundial; por otro, la presión de frenar y revertir la desaparición de los bosques, tan necesarios para la vida humana como para cubrir las necesidades de su dieta.
Los bosques desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la agricultura sostenible por varios factores: los ciclos del agua, la conservación de suelos, el secuestro de carbono, el control natural de pestes, la incidencia en los climas locales y la preservación del hábitat de los polinizadores y otras especies.
Pero la agricultura es responsable de la mayor parte de la deforestación.
En las regiones tropicales o subtropicales, la agricultura comercial y la de subsistencia son responsables de 40 por ciento y 33 por ciento respectivamente de la conversión de bosques, y el restante 27 por ciento de la deforestación ocurre por el crecimiento urbano, la expansión de infraestructura y la minería.
Para lograr los dos objetivos, las agencias de la Organización de las Naciones Unidas encargadas de la alimentación y la agricultura ofrecen datos específicos que hablan por sí mismos.
“La agricultura sigue siendo la principal responsable de la deforestación y urge la necesidad de promover interacciones más positivas entre ella y la silvicultura para construir sistemas agrícolas sostenibles y mejorar la seguridad alimentaria”, subrayó la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Ese fue el mensaje principal del informe “El estado de los bosques del mundo“, presentado el 18 de este mes en la apertura de la sesión del Comité Forestal de la FAO (COFO), un foro que terminará el 22 de este mes.
“La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre cambio climático reconocen que no podemos pensar la seguridad alimentaria y la gestión de los recursos naturales por separado”, señaló el director general de la FAO, José Graziano da Silva.
“Ambos acuerdos requieren un enfoque coherente e integrado de la sostenibilidad de todos los sectores de la agricultura y de los sistemas alimentarios”, puntualizó Da Silva.
“Los bosques y la silvicultura desempeñan un papel importante en ese ámbito. El mensaje del COFO es claro: no es necesario talar los bosques para producir más alimentos”, subrayó.
La agricultura ocupa un lugar importante en la retórica sobre los bosques, pero la FAO subraya que estos cumplen con muchas funciones ecológicas vitales que benefician a la propia agricultura a la vez que incentivan la producción de alimentos.
“La seguridad alimentaria puede lograrse mediante la intensificación de la agricultura y de otras medidas como protección social, en vez de expandir las áreas cultivadas a expensas de los bosques”, observó Eva Müller, directora de la División de Recursos y Políticas Forestales de la FAO.
“Lo que se necesita es una mejor coordinación entre los sectores de las políticas agrícolas, forestales, de alimentación y de uso de la tierra, así como mejor planificación del uso de la tierra, marcos legales efectivos y una mayor participación de las comunidades y de los pequeños agricultores”, precisó.
Según Müller, “los gobiernos deberían de asegurar a las comunidades locales no solo la tenencia de la tierra, sino también derechos sobre los bosques”.
“Un agricultor sabe cómo manejar sus propios recursos, pero a menudo carecen de los instrumentos legales para hacerlo”, añadió.
Mejorar la seguridad alimentaria y frenar la deforestación
El hecho es que los bosques bien gestionados tienen un potencial enorme para promover la seguridad alimentaria.
Además de su vital aporte ecológico, señala el informe de la FAO, los bosques son un medio de subsistencia para las comunidades rurales y una forma de aliviar la pobreza al permitir generar ingresos mediante la elaboración de productos forestales y servicios ambientales.
Unas 2.400 millones de personas emplean leña para cocinar y potabilizar agua. Además, los bosques ofrecen proteínas, vitaminas y minerales a las comunidades y son una alternativa en casos de escasez de alimentos.
Desde 1990, más de 20 países lograron mejorar la seguridad alimentaria a la vez que mantuvieron o mejoraron su cobertura vegetal, demostrando que no es necesario talar árboles para producir alimentos, según “El estado de los bosques del mundo”.
Los 12 países que aumentaron su cobertura vegetal son: Argelia, Chile, China, República Dominicana, Gambia, Irán, Marruecos, Tailandia, Túnez, Turquía, Uruguay y Vietnam.
“Su éxito se basó en un conjunto de herramientas: marcos legales efectivos, garantías en la tenencia de la tierra, medidas para regular el cambio de uso de la tierra, incentivos para la silvicultura y la agricultura sostenible, fondos adecuados y definiciones claras sobre roles y responsabilidades de gobiernos y comunidades locales”.
Casos exitosos
El informe presenta siete estudios de casos exitosos, los de Chile, Costa Rica, Gambia, Georgia, Ghana, Túnez y Vietnam. Este grupo de países, indica, ilustran las oportunidades de mejoras en la seguridad alimentaria, así como el aumento o mantenimiento de la cobertura vegetal.
Seis de esos países lograron cambios positivos entre 1990 y 2015 en dos indicadores de seguridad alimentaria, la prevalencia de personas subalimentadas y el número de personas subalimentadas, así como en el aumento de la superficie forestada.
En el caso de Gambia, el único país de bajos ingresos de los siete mencionados, logró el primer objetivo de reducir a la mitad la proporción de personas con hambre en ese período.
Vietnam, por ejemplo, implementó una exitosa reforma agraria para garantizar la tenencia de la tierra, como forma de impulsar la inversión a largo plazo.
El proceso se acompañó de un cambio la gestión forestal, de la silvicultura estatal a una de múltiples actores con la participación de las comunidades locales, incluido un programa de asignación de áreas boscosas y contratos para su protección con los residentes locales.
La reforma agraria también se acompañó de instrumentos para aumentar la productividad agrícola, como exoneraciones impositivas, préstamos blandos, promoción de las exportaciones, garantías de precios, apoyo a la mecanización y reducción de las pérdidas de cultivos cosechados.
En Costa Rica, la deforestación alcanzó su máximo en la década de los años 80, principalmente por la conversión de bosques en áreas de pastura.
El país logró revertir esa tendencia gracias a una ley forestal, que prohíbe cambios en el uso de los bosques naturales, y a un sistema de Pagos de Servicios Ambientales, que ofrece a los agricultores incentivos para plantar árboles y apoyo para la conservación forestal.
Gracias a esas medidas, la cobertura forestal aumentó a casi 54 por ciento de la superficie del país en 2015.
En Túnez, los planes de desarrollo nacional reconocen los beneficios de los bosques para proteger a la tierra de la erosión y de la desertificación.
La producción agrícola aumentó con la intensificación, que mejora el uso de las tierras cultivables existentes mediante la irrigación, los fertilizantes, la mecanización, las mejores semillas y prácticas agrícolas.
Los incentivos para fomentar la plantación de árboles incluyen distribución gratuita de semillas y compensaciones por la pérdida de ingresos derivados de la agricultura.
Los temas clave de la sesión de esta tercera semana de julio del Comité Forestal de la FAO buscan responder directamente a los acuerdos históricos de 2015 e investigar cómo los bosques y la gestión sostenible pueden contribuir al logro de los objetivos de desarrollo acordados por la comunidad internacional.
En la Semana Forestal Mundial, el comité evalúa cómo aprovechar mejor el potencial de los bosques, incluido su contribución al sustento, a la seguridad alimentaria, al empleo, a la igualdad de género y a muchos otros de los objetivos de desarrollo incluidos en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París.
Traducido por Verónica Firme