Por primera vez en la historia, EEUU tendrá una mujer candidata a la Presidencia y, frente a ella, un aspirante sin ninguna experiencia previa en la Administración pública, en el Ejército o en la política. Es lo único que les une, que han roto tabúes. Sus modos son diametralmente distintos.
Trump presume de su inconmensurable riqueza, le entusiasma la exposición pública, y lo que defiende para la nación está en las antípodas de lo que defiende Clinton, que rechaza taxativamente las propuestas racistas, homófogas, xenófobas y machistas de su contrincante. Aun así, no es un enemigo menor contra todo pronóstico, el magnate se ha hecho con la nominación republicana. Las encuestas, además, no le son tan negativas como cuando empezó la carrera política.
Clinton se resarce del fracaso de hace ocho años, cuando los demócratas se inclinaron por Obama cuando ella creía que tenía el triunfo en la mano. El camino ha sido difícil, y probablemente ha sido clave su papel como responsable del Departamento de Estado en la primera legislatura del afroamericano, donde demostró su capacidad política y profesional. Pero también evidencio que podía cometer errores, como utilizar un correo privado para su trabajo.
La esperan unas semanas difíciles antes del 8 de noviembre, fecha de las elecciones. Gran parte de los ciudadanos estadounidenses se sienten satisfechos de que, al fin, una mujer pueda convertirse en presidente. Pero hay también quien piensa que la mujer no llega a donde llega el hombre. Por ejemplo Trump, que arreciará en su campaña machista. Que le da votos… pero también resta.
José Morales Martín