Si importante es hallar nuevas fuentes de crecimiento y aprovechar las oportunidades que ofrece la innovación a nivel mundial, aún más transcendente es propiciar en toda la especie humana ese cambio de actitudes aperturistas y dialogantes, que es lo que verdaderamente hará florecer una sociedad del conocimiento, con lo que esto supone de modos de vida y de trabajo, de maneras y formas de gobernar, de informarnos y de aprender, de vincularnos socialmente de modo que la desigualdad se achique y la libertad se acreciente en todo.
Indudablemente, es hora de despertar más allá de este espíritu tecnológico para compartir los avances, y no únicamente los retrocesos como hasta ahora se ha hecho, pues el intercambio de vivencias es lo que nos hace más humanos, más distintivos, más pensantes en suma.
Para ello, tenemos que ser unos moradores responsables, cada cual en la misión que le ha sido encomendada. Junto a este progreso intelectual ha de germinar otro moral, que es lo que nos distingue como ciudadanos de bien, como hombres de humanidad. Realmente, son muchos los pueblos, las naciones que no avanzan, precisamente, por esa falta de miseria espiritual entre sus gentes. De ahí la importancia de centrarse en activar una educación en valores, pues más allá de competir con éxito en un mundo globalizado en rápida transformación, se requiere que los agentes con raciocinio, pero también con alma, sean sobre todo personas solidarias, despojadas de todo egoísmo y centradas en la gratuidad de lo que han recibido. Sin esa generosidad, en favor de los más pobres entre los pobres, es complicado que perdure porvenir alguno.
Por tanto, los líderes de todo el mundo están llamados a entenderse, con la mano tendida siempre y el corazón abierto a la escucha. Gobernar no es únicamente poner orden, es sobre todo amar, servir, entregarse al pueblo. Por eso, los gobernantes no pueden ser altaneros, prepotentes, sino humildes, en disposición siempre de asistir, en todo momento y lugar, a sus gobernados. Al fin y al cabo, todos necesitamos ganar el pan con dignidad. Mientras cohabite un mundo corrompido, por una parte los favorecidos y por otra los rechazados, es que aún no hemos acabado con la dolencia de la adhesión a las injusticias, a los sobornos, a los cohechos. Nos merecemos, desde luego, menos endiosamiento y más asistencia, de los unos para con los otros. Por esta irresponsabilidad, cada día, la humanidad se acrecienta de mártires; fruto de autoridades débiles, corruptas, o de desgobiernos.
Ciertamente, todos tenemos una identidad propia, pero el proceso constructor responsable ha de caminar hacia el bien colectivo. El futuro nos exige rehacer visiones humanistas para renacer otro espíritu más responsable socialmente. Todavía no hemos podido parar los gritos de los que piden justicia. Está muy bien la cooperación entre culturas, pero si es desinteresada mejor aún, porque el mejor desarrollo es aquel que germina de una conciencia responsable profundamente social y fraterna. Nos alegra, en consecuencia, que este año el tema del Índice Mundial de Innovación lleve implícito el "que todos ganen"; y así es, cooperando indivisos es como se construye un mundo más avanzado; que, por otra parte, no será tan adelantado, en la medida en que deshumanice y no humanice, en que pervierta y no ponga ecuanimidad en sus acciones.
No olvidemos que la única manera de que una civilización evolucione, es a través de la participación de experiencias, del encuentro, pues todos los seres humanos por insignificantes que nos parezcan tienen algo bueno que aportar, y, en esa misma línea de disponibilidad y sin prejuicios, también podemos recoger algo interesante. De ese intercambio de ideas es cómo nacen verdaderamente las grandes genialidades. Lo que se requiere, una actitud responsable, a la hora de donar y recibir. Por aquí va el camino fecundo; las nuevas tecnologías pueden ayudarnos a conseguir el objetivo. Claro que sí. De lo contrario, si continuamos con la ineptitud de no cooperar, todos perdemos ¡Perdemos todos! Inclusive los que hubiesen ganado algo, también lo perderán.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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17 de agosto de 2016