Juan Bosch abandona al Partido Revolucionario Dominicano declarándolo como una organización caduca, que había cumplido su misión histórica y que por lo tanto ya no tenía razón de ser y funda al Partido de la Liberación Dominicana al cual declara su obra más perfecta.
Después del largo y ácido antagonismo entre ambas creaciones de Bosch uno se pregunta qué ha pasado entre los años 1973 y 2016 para hacer posible que dos fuerzas genéticamente antagónicas se unan a favor de la reelección presidencial con tanto éxito.
Quizás uno de los hechos más relevantes fue el fin de la guerra fría y la consiguiente desaparición de las ideologías, por lo menos a la antigua usanza.
También habrá repercutido el hecho de que el PLD se aliara a Balaguer para ganarle a José Francisco Peña Gómez las elecciones del año 1996, lo que hizo que desde entonces la línea entre los malos y los buenos se fuera diluyendo hasta hacerse transparente en demasiados tramos de su trayecto.
Lo cierto es que la izquierda se fue haciendo ambidextra y la derecha se fue estriñendo.
Pero esos desbarajustes no se produjeron solo en República Dominicana.
Ricardo Arjona, por ejemplo, se hizo portador sano de fantasías que intercambiaban la geopolítica entre el norte y el sur, suponiendo que uno fuera el otro y el otro fuera absurdo.
Lo cierto es que todo se fue confundiendo, o redefiniendo de acuerdo a la conveniencia. Y el tango y la bachata intercambiaron letras, pasos y pesos en oscuros cambalaches.
Es así como el otrora todopoderoso Partido Reformista Social Cristiano después de la muerte de Balaguer redujo su talante de partido mayoritario a menguantes nostalgias de otros tiempos. Entonces transmutó de supermercado a colmado, luego a chinchorro, después a paletera. Al final se hizo marchanta. Mujer de carnes blandas que exhibe sus productos en una ponchera que lleva sobre la cabeza, amortiguada por un babonuco que cambia de color al doblar la esquina de cada cuatrienio.
Desde los gloriosos tiempos de Juan Bosch, Peña Gómez y Joaquín Balaguer al día de hoy han cambiados los parámetros, las referencias, los modelos… ha pasado mucha agua por el colador de la historia.
Y todo eso se entiende, al margen de que se acepte o se rechiste la realidad tan testaruda y curvilínea como siempre.
Lo que no se entiende es que Miguel Vargas Maldonado, el actual presidente del que fuera el partido mayoritario por más de cincuenta años en la República Dominicano crea, o pretenda hacer creer, que el PRD puede reconquistar su espacio siendo su presidente un empleado del gobierno del cual se supone que debería ser una alternativa, a fuerza de presentar propuestas y respuestas vociferadas más que susurradas, desde la acera de enfrente.
Por cierto, ahora que Miguel está tan cerca de Danilo, sería bueno que le pregunte cuál fue la fórmula secreta que le permitió llegar a ser presidente.
(Para algunos exegetas del poder vernáculo fue el día, el mes y la hora en que renunció del gobierno de su amigo y hermano Leonel Fernández para poder ejercer su libertad de pensamiento, y sobre todo, para poder definir sus propios objetivos, tener identidad propia y ganarse la credibilidad de la gente, empezando por la de los suyos).
Pero cada cual labra el camino hacia su meca según sus criterios, y desde los tiempos de Juan Bosch al de Miguel Vargas Maldonado hemos visto desde un presidente negro en la Casa Blanca de los Estado Unidos, hasta un narcotraficante desafiante, pasándole factura en público al presidente del gobernante Partido de la Liberación Dominicana, como que na e na y como en su momento cantara Leonardo Favio, “al final, la vida sigue igual”.