Otro escándalo estremece las redes sociales y copa los medios de comunicación tradicionales del país. En esta ocasión se trata de una fiscal, Sourelis Jáquez, que estacionó su jeepeta encima de la acera para ir a un salón de belleza a arreglar tranquilamente su largo pelo negro, sin imaginarse que esa violación nuestra de cada día iniciaría una saga, intensa y febril, como una de esas historias increíblemente ciertas de Gabriel García Márquez.
Como se sabe, la fiscal tuvo que salir de su salón de belleza a medio talle para ver qué querían dos agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte, Amet, que ante la fragante infracción le solicitan su licencia para, como es usual, ponerle la multa correspondiente.
La cuestión es que tras una sostenida negativa de esta a mostrar el documento se desata un manoteo que concluye con la fiscal postrada en el asfalto, lloriqueando y acusando al agente de haberla noqueado.
Para muchos la mujer buscó victimizarse, para no doblegarse ante un simple policía que osó ignorar el hecho de que ella era nada más y nada menos que una fiscal.
Para otros, el agente se excedió y debe ser sancionado.
Lo cierto es que en la gran mayoría de comentarios, encuestas, sondeos y opiniones vertidas en facebook, twitter, instagran, whatsapp, y los periódicos digitales del país se condena la tozuda negativa de la fiscal ante la solicitud reiterada del policía para que ella le mostrara su licencia de conducir.
Sorprende que la gran mayoría de los que opinan defiendan al robusto agente, en vez de a la débil fiscal.
¿Por qué, si casi siempre la gente se identifica con el más débil, en esta ocasión la mayoría se expresa a favor del hombre que supuestamente golpeó a una endeble mujer?
Yo creo que la clave está en el subtexto. Lo interesante en este caso es el subtexto.
Wikipedia nos define subtexto como «el contenido por debajo del diálogo hablado. Debajo de lo que se dice, puede haber conflicto, ira, competencia, orgullo, soberbia u otras ideas y emociones implícitas. Son los pensamientos no expresados y las motivaciones de los personajes, lo que realmente piensan y creen»
Por ejemplo, en este episodio el débil no está representado por el sexo femenino. En esta ocasión la gente vio a un policía tratando de hacer cumplir la ley. Vio a David contra Goliad. En esta historia el débil era el agente, a la defensiva, grabando con su celular para proteger su verdad.
Quizás por eso en él se vieron reflejados todos los marginados por el poder, abusados por el trujillismo que subsiste en nuestra cultura, para el cual la ley es un adorno, una baratija para el consumo exclusivo de los de abajo, expresión de una sociedad donde siempre gana el que tiene más influencia, el que está “enllavao”.
El policía fue el símbolo del dominicano humilde, de bajo nivel académico, el que no sabe expresarse bien, el que es enredado por los licenciados, finos y taimados, que venden sus conocimientos a los poderosos para oprimir a los de abajo.
En definitiva el subtexto mostró a una mujer que salía de un salón de belleza muy caro, con finas carteras y varios aparatos telefónicos modernos, enfrascada en la tarea llamar a un jefe para someter al policía díscolo, para evadir la norma una vez más.
El agente, por el otro lado, al defender la ley vulnerada por una funcionaria a la que se le paga con fondos públicos para que la defienda, al defender la acera, el lugar natural de desplazamiento de la gente de a pie, defendía al ciudadano, defendía el interés general, se transformaba en un héroe.
La fiscal, cuando sube su jeepeta, símbolo de poder, sobre la acera para evitar que se la choquen, pone su interés particular por encima del interés general, pues frente al obstáculo los transeúntes, incluyendo ancianos y niños, tendrán que bajar a la avenida exponiéndose a ser atropellados. Por eso, en vez de aparecer como la débil, en virtud de su sexo, aparece como la que oprime, por el abuso de su poder.
En ese contexto se tendió a descartar el discurso de la violencia de género como un mamotreto puesto en escena por la fiscal para entrampar al policía, y en cambio, la gente se sincronizó en la demanda del respeto a la ley, a la autoridad y a la igualdad de todos los ciudadanos, sin importar su rango o jerarquía.
La mayoría de personas supo interpretar que si en medio del manoteo emprendido por la mujer hubo algún roce violento por parte del agente fue un resultado involuntario, fruto del atosigamiento inesperado al que fue sometido mientras grababa con su celular, como don Quijote detrás de su escudo antes de embestir contra los ásperos molinos de la realidad.
He ahí la imagen iconográfica de esta secuela: una funcionaria judicial que viola la ley prevaleciéndose de su cargo, esgrimiendo la religión, hablando de forma intimidante, y por el otro lado, un humilde agente de policía usando su celular, no su pistola, como un “resguardo” de los tribunales, de los excesos del poder.
Al final, detrás de este desagradable episodio de nuestro caluroso verano hay algo positivo: los dominicanos se resisten cada vez más al autoritarismo que pretende amedrentar desde una posición ventajosa a la gente humilde, a la gente que para ganarse la vida tiene que enfrentar a otros que se resisten a entender que nadie está por encima de la ley y mucho menos los servidores públicos a los que les pagamos para que garanticen su cumplimiento.
La imagen de la fiscal agitando su dedo índice ante el rostro del policía, «selañandolo», marcando sus celulares, entre ellos quizás una flota pagada con nuestros impuestos, para tratar de traer a la escena a algún tutumpote amigo, evoca en el imaginario colectivo, en el inconsciente colectivo, miles y miles de situaciones de abuso de las autoridades contra los ciudadanos, acumulados por décadas.
Y aunque al final la fiscal y el amet presentaron una disculpa pactada, la ciudadanía ganó otra batalla contra el jefismo y el autoritarismo.
Es casi seguro que si la gente no se manifiesta masivamente contra la prisión preventiva dictada contra el policía, muy probablemente se le habría condenado a varios años por violencia de género, habría perdido su empleo y dejado en el desamparo total a su familia, por defender una acera, mientras en algún salón de belleza una fiscal le cuenta a sus amigas como se pone en su puesto a un policía de tránsito.