Echemos una mirada: la “Antología de poesía amorosa” está dividida en cuatro etapas: Poetas nacidos en el siglo XIX; Poetas nacidos entre 1901 y 1940; Poetas nacidos entre 1941 y 1970; y Poetas nacidos de 1971 en adelante.
Por José Carvajal
La definición de la poesía es una de las más difíciles del quehacer literario. Al nivel popular, se entiende por poesía todo lo que está escrito en verso o en lo que especialistas llaman prosa poética. También, aunque parezca raro, la mayoría de las personas que escribe poesía no sabe lo que es poesía ni porqué la escribe, y cuando intenta definirla casi siempre termina en un laberinto filosófico que en vez de aclarar las dudas lo que hace es aumentar la confusión. El misterio es de tal magnitud, que la idea queda flotando eternamente.
El clásico romántico español Gustavo Adolfo Bécquer intentó su propia definición cuando escribió: «Poesía… eres tú». De igual modo pasó con el modernista y premio Nobel español Juan Ramón Jiménez, que la describió «pura, vestida de inocencia, y la amé como un niño…» Y Neruda, tercer Nobel latinoamericano, le tiñó de carbón la frente en su famosa «Oda a la poesía».
A pesar de toda vana exigencia, debemos reconocer que el poeta no está en la obligación de definir lo que es poesía. De hecho, el no saberlo beneficia más su creatividad que el descubrir de qué están hechos los versos con los que intenta comunicarse de una forma distinta, única, que no se parezca a la de nadie más; porque el poeta debe aspirar constantemente a la originalidad. Ya lo dijo la ensayista dominicana Camila Henríquez Ureña: «[…] el poeta debe ser preciso en su expresión de lo impreciso. No ha de dejar nada a la casualidad».
Si el poeta no es original ya sea en el decir o en la forma, o si no es «preciso en su expresión», la poesía corre el riesgo de caer en el olvido. En algunos casos sus versos podrían sobrevivir en antologías, pero el mérito ya no sería propio, sino del trabajo del compilador que a su gusto y capricho mezcla “buenos y malos” para satisfacer un propósito que puede ser extraliterario. Quiero pensar que en el caso de la “Antología de poesía amorosa” de Angela Hernández la mezcla no es de poetas sino de “poemas buenos y poemas malos”. Esto, porque un poeta puede ser excelente y quedar “vilmente” antologizado con un poema de calidad cuestionable.
En su breve ensayo “La lectura de la poesía”, Camila Henríquez Ureña explicó que «hay poesía difícil porque el poeta lo quiere; poesía hermética, que ha existido en muchas épocas, si no en todas (Góngora, Mallarmé), y que existe hoy. Hay hoy como siempre, poesía caótica o incoherente por debilidad o defecto del poeta». Sin embargo, muchas de las dificultades de la «poesía difícil», CHU las atribuye al hecho de que «pocos lectores leen la poesía como tal, sino que quieren entenderla sin prestarle atención». Yo agregaría que muchos simplemente la ponderan sin darse a la tarea de leerla.
Pero hay casos más graves todavía. Algunos “estudiosos” antologizan sin leer, sin conocer las obras de los incluidos (y los excluidos), y sin analizar los elementos que hacen del poeta merecedor de figurar en una antología, la cual debe ser un muestrario de lo mejor. En el caso del trabajo de Angela Hernández preocupa la inclusión de poemas inéditos (así figuran Juan Carlos Mieses, Martha Rivera-Garrido, César Zapata, Alejandro Santana, Valentín Amaro, Néstor Rodríguez, Ariadna Vásquez). Ese solo hecho convierte el esfuerzo de Angela en una simple y caprichosa recopilación de poemas, y no en una antología hecha con rigor.
Echemos una mirada: la “Antología de poesía amorosa” está dividida en cuatro etapas: Poetas nacidos en el siglo XIX; Poetas nacidos entre 1901 y 1940; Poetas nacidos entre 1941 y 1970; y Poetas nacidos de 1971 en adelante.
Esa división parece un método, pero hay sequía; falta que se explique cuál es la importancia de cada época; y qué cambios, rechazos, influencias, conexión o similitudes existen entre unas y otras. El lector merece saber, por ejemplo, por qué la antología inicia con Félix María del Monte y no con Manuel María Valencia, que según Max Henríquez Ureña fue quien introdujo el romanticismo en la poesía dominicana. Igual se puede cuestionar la omisión de José Joaquín Pérez, autor de extensa obra lírica y que junto a Salomé Ureña y Gastón Fernando Deligne «constituye la trinidad de dioses mayores de la poesía dominicana durante el siglo XIX». Así lo anota MHU en su “Panorama histórico de la literatura dominicana”.
Esos tres poetas fueron incluso elogiados en su momento por el grande crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, que consideró a Deligne como «el más notable de los ingenios de la actual generación»; Rubén Darío y otros también miraron al parnaso vernáculo y encontraron en algunos de nuestros poetas una calidad equiparable a la de contemporáneos de otros países de América y Europa.
Esa es parte de la sequía que encuentro en la antología de Angela Hernández, aparte de que en la suya repite poemas antologizados en otras anteriores, sin duda una práctica de la prisa y del trabajo fácil para no dar un paso en falso. Solo dos ejemplos: El poema «En el atrio» (Fabio Fiallo) fue tomado por AH de la “Antología de la literatura dominicana” de Manuel Arturo Peña Batlle, de 1944; pero también aparece reproducido íntegramente en el estudio “Panorama histórico de la literatura dominicana” de Max Henríquez Ureña. De igual manera sucede con el poema «Pequeño nocturno» (Osvaldo Bazil), que AH lo toma de la antología “Dos siglos de literatura dominicana (S. XIX-XX)” de Manuel Rueda, 1996; y figura también de manera íntegra en el “Panorama histórico…” de MHU. La pregunta es, si vamos a reproducir lo ya antologizado, sin dar siquiera razones para ello, ¿cuál es el aporte del nuevo proyecto?
Creo que la columna más sólida de la literatura dominicana es la poesía, es lo menos local de nuestras letras, lo más universal. Si fuéramos conscientes de esta realidad, nos cuidaríamos de publicar antologías que no están a la altura de nuestro discurso poético. Lamentablemente, el esfuerzo de Angela Hernández parece el cuaderno de una colegial y no un trabajo serio que merezca la atención de especialistas en la materia.
Hace exactamente cien años, en 1916, Pedro Henríquez Ureña escribió unas notas sobre “Las antologías dominicanas”. Allí da noticias interesantes que marcan el inicio de lo que se podría describir como el viaje poético de nuestras letras. Antes de aparecer la primera antología local la poesía dominicana había ganado ya un espacio en el extranjero. PHU lo dice así: «La primera antología en que, según toda probabilidad, figuró un poeta dominicano, fue la “América poética”, publicada por el insigne literato argentino Juan María Gutiérrez, en Valparaíso, el año 1846 […] El dominicano que allí figura es Francisco Muñoz del Monte (1800-1865)».
El recuento que hace PHU es de suma importancia porque establece puntos de partida de las antologías dominicanas, y de poetas dominicanos antologizados en el extranjero desde la primera mitad del siglo XIX. De ahí se desprende que antes de publicar una propia (“Lira de Quisqueya”, en 1874), la poesía dominicana respiró en por lo menos tres antologías extranjeras (la ya mencionada; “Flores del siglo” (1853), en la que figuró el mismo Muñoz del Monte; y “Poesías de la América meridional” (1874), que incluyó el soneto «A la noche» de Félix María del Monte.
De “Lira de Quiqueya” el humanista subrayó que incluye «malos poetas y muchos versos malos aún de los buenos poetas». Eso lo dijo PHU hace justamente cien años, y es lo que se puede decir ahora de la “Antología de poesía amorosa” de Angela Hernández, cuya selección es en algunos casos deplorable, no tanto por falta de sensibilidad de la antóloga, sino por la prisa con la que parece haber trabajado ese proyecto personal.
En la próxima y última entrega hablaré de la selección, de poemas y poetas incluidos, y de una que otra omisión.