Es muy posible que ahora mismo el presidente Danilo Medina se esté debatiendo en un complicado dilema frente al golpe de Estado disfrazado de juicio político que acaba de dar al traste con el Gobierno de Dilma Rousseff y terminado con el predominio del Partido de los Trabajadores luego gobernar por casi cuatro períodos seguidos.
Y el dilema pudiera ser más conflictivo aun entre el corazón y el cerebro al enfrentarse, por un lado, los afectos, y por el otro, los intereses nacionales. Debo explicarme para que se pueda entender el asunto.
Resulta que Dilma fue una presidenta muy condescendiente y elegante con Danilo, a quien recibió en el palacio presidencial en Brasilia siendo aún candidato, lo cual no suele ser frecuente.
No solo eso, sino que la mandataria dispensó un trato de jefe Estado y le conectó con los ministros que manejaban las políticas que tuvieron gran impacto social en las administraciones de Lula da Silva y Dilma, las cuales eran de gran interés para Danilo dados los resultados casi milagrosos que reportaron, cuya mayor repercusión está en el cambio de más de 40 millones de personas, las cuales, como declaró en una ocasión reciente el expresidente Lula, pasaron de no comer a tener neveras, televisores de pantalla plata, computadoras, en fin disfrutar de las comodidades que les estaban vedadas.
Además, el presidente Lula vino a la República Dominicana poco después de Danilo asumir el Gobierno, reforzando unas relaciones que ya venían fuertes desde la gestión del presidente Leonel Fernández. Esa es la parte afectiva que debe estar pesando en el corazón de Danilo al ver la injusticia que los conspiradores cometen contra sus amigos Dilma y Luna.
Partiendo de esos afectos, lo que se impone es que la República Dominicana se inscriba en el grupo de países que, como Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, han entendido correcto el retiro de sus embajadores en Brasil, dando una demostración de solidaridad con una presidenta que ha sido víctima de una conspiración asquerosa, sucia y rastrera.
Ahora bien, esta entra en conflicto con la parte práctica que debe manejar un gobernante. Y es que nuestro país tiene con Brasil unas relaciones de negocio que crean unos fuertes vínculos que pudieran verse afectados si el presidente Medina hiciese lo que mandan las circunstancias.
Mediante esas relaciones la República Dominicana ha desarrollado importantes proyectos de infraestructura y están pendientes otros, como por ejemplo la presa de Monte Grande en el sur, cuya ejecución depende de un financiamiento del Banco de Desarrollo Económico y Social (BANDES), que como sabemos es una entidad estatal.
Aunque se trata de un negocio bancario con un país que cumple sus compromisos, conociéndose el tipo de gente que acaba de asaltar el Gobierno en Brasil, uno pudiera imaginar que sería capaz de retaliación contra una pequeña nación del Caribe, cuya dignidad, de todos modos, no cabe en el territorio brasileño.
Suponemos que analizando los razonamientos anteriores es que el Gobierno dominicano no ha fijado una posición en relación con el atropello a la voluntad popular que han llevado a cabo 60 senadores que se arrogaron la libertad de disponer de una presidenta elegida por 54 millones de personas en unos comicios libres.
El Gobierno dominicano no debería dejar que corra el agua sin fijar su posición—cual que sea—pues si bien en nuestro país no se dan ni por asomo condiciones similares a las de Brasil o de Paraguay en su momento con el presidente Fernando Lugo, nadie puede descartar en su patio lo que en algún momento ha sucedido en otro lugar del planeta.