El escenario de la Septuagésima Primera Asamblea de las Naciones Unidas, ha sido de despedida para el secretario general de la organización, Ban Ki-Moon, y para el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y ambos lo dedicaron a mostrar un espíritu solidario con los dolientes de la mayor crisis de refugiados padecida por la humanidad después de la Segunda Guerra Mundial: los propios refugiados, los países de los que huyen y los que cargan con el peso de recibirlos.
Fuimos presenciantes directos en la sede de las Naciones Unidas de un acto en el que Moon, con lágrimas en los ojos, decía que nada les resultó más emotivo en las olimpiadas de Rio De Janeiro, en Brasil, que ver la participación de atletas refugiados, y antes de la apertura del 71 periodo de sesiones, encabezó una cumbre que había convocado desde el año pasado para procurar “un nuevo pacto global sobre reparto de responsabilidades” porque como siempre suele ocurrir las grandes potencias escurren el bulto y dejan la carga de las crisis humanitarias a los que menos pueden.
En la cumbre se habló muy bonito, muchos planteamientos solidarios, pero O acción, a menos que no se tomen como tales las promesas de ayudar con la carga. La convocatoria estuvo motivada porque el 86% de los 21 millones de personas que han corrido hacia otros destinos, residen en los países con menores ingresos, teniendo Turquía, la mayor cantidad de acogidos, 2 millones 500 mil.
Barack Obama, que evaluado por su discurso es un presidente con una diferencia abismal a la que muestran sus hechos, no podía quedarse atrás, y en vez de sumar todo el esfuerzo en hacer exitosa la conferencia de Ban Ki-Moon, aprovechó el escenario en el que contaría con la presencia en Nueva York de 135 jefes de Estado y de Gobierno, para al día siguiente del coreano, hacer su propia cumbre para lo mismo, en otro celofán: búsqueda de compromisos significativos con los refugiados, más fondo y generosidad en la cuota de admisión “porque la brecha entre los fondos disponibles y los que se necesitan sigue siendo enorme”.
Mejor habría sido para el mundo, que Obama se hubiese empleado en resolver una de las crisis que más refugiados produce que es la del conflicto armado de Siria, que Estados Unidos ha agudizado al no establecer una prioridad: la aniquilación del denominado Estado Islámico, porque tanto como eso quiere el derrocamiento del presidente sirio, Bashar el Asad, tema con el que mantiene una disputa con Rusia, que es contraria al segundo objetivo.
Esta semana murieron por un supuesto error 62 soldados sirios que fueron bombardeados por las fuerzas aliadas de Estados Unidos, lo que hacía más daño que el beneficio de la cumbre, que también fue precario.
Aunque primero era el verbo y el verbo era Dios, mejor fuera que a estas tribunas se enviaran los hechos antes que los discursos.
Lo cierto es que esas estampidas de refugiados han elevado el número de las migraciones, que si en 2000 andaban por los 174 millones, en el 2015 se acercaban a los 225 millones, lo que está obligando a muchos países a endurecer sus regulaciones migratorias.
Y eso que algunos apenas viven una situación coyuntural, y sin embargo ninguno se compadece de la carga permanente que sobrelleva una nación caribeña muy solitaria con sus vecinos, pero que no se puede dejar arrastrar al colapso: RD