El acuerdo de paz que se refrenda hoy en Colombia en un plebiscito con una pregunta a la que resultaría cuesta arriba responder que no, tiene entre sus principales motorizadores dos factores externos: restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, y la crisis venezolana, que es agudizada por otro componente: descenso en los precios internacionales del petróleo.
Juan Manuel Santos y su firme voluntad de lograr el entendimiento, no era más convincente que Raúl Castro, porque todos los focos guerrilleros que se instauraron en la región en la etapa de la guerra fría fueron auspiciados por la revolución cubana, y tras el derribo del bloque soviético, que era el alimentador real, los que sobrevivían encontraron alivio en el arroz con mango que en América Latina se dio por llamar socialismo del siglo XXI, financiado por la Venezuela de Hugo Chávez y sus petrodólares.
Pero con Cuba nuevamente acogiéndose a la manera de los Castro a la enmienda Platt y la Venezuela chavista al borde del colapso, y Ecuador, que también se unió al tinglado con una posición más conservadora, la alfombra estatal, que es imprescindible para mantener una estructura militar como la que disponían las Farc, se tornaba muy desafiante.
Por demás los años pasan y la vida en el monte y en la clandestinidad, disponiendo de una acumulación originaria que puede ofertar mejores cosas, carece de sentido, por lo que mejor era no dejar partir la guagua de un acuerdo de paz con ofertas nada despreciables, a las que incluso había posibilidad de añadirles beneficios en una buena negociación.
La pregunta del plebiscito es ¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?
Ni por asomo, se sugiere que al votar positivo, se está apoyando la amnistía de los delitos conexos a la rebelión y la no extradición de los miembros de las Farc por las conductas anteriores al acuerdo, y que se les hace dueños del 10% de la apropiación presupuestaria dedicada al financiamiento de partidos y agrupaciones políticas para la fuerza política legal que crearán.
No puede negarse que la paz acarrea beneficios importantes para toda la población, que si bien es cierto que continuará llevando el dolor de 260 mil muertes, muchos reciben el consuelo de que la suerte de los nietos no será la de ellos y sus hijos, y que un Estado que se ahorrará un enorme presupuesto de guerra estará en mejores condiciones de fortalecer los servicios de salud, educación e infraestructura.
Colombia encontrará en el siglo XXI la oportunidad de una cohesión nacional que en el siglo anterior le fue negada por una historia de conflictos violentos que suman más de cien años, que cuando no han sido las guerras de liberales y conservadores, han sido las secuelas de un bogotazo, el sangriento imperio de los carteles de las drogas, los paramilitares, o la guerra entre el ejército y las guerrillas.
La nueva etapa es esperanzadora pero muy desafiante porque si bien es cierto que se entregarán armas hay varias generaciones que no han conocido otro modo de vida que el de la violencia, y no será fácil cambiar armas por votos y balas por ideas, pero el progreso de la humanidad siempre ha dependido de cambios profundos.
Con todas sus debilidades la paz en Colombia ha sido una noticia auspiciosa y digna de celebración.