Cada día busco más personas de noble corazón. Entre todas, me quedo con el carisma de la mujer rural. Ellas sí que son el auténtico pulso de la vida, el verdadero desarrollo de un país. Como en su tiempo apuntó el inolvidable poeta nicaragüense, Rubén Darío, yo también refrendo que "sin la mujer, la vida es pura prosa"; sin embargo, hemos hecho muy poco a la hora de valorar su esfuerzo de complementariedad con el hombre. Quizás sean las que más exclusión han padecido. Han sido las grandes sufridoras. Las cifras ahí están. Según un estudio reciente sobre el tiempo y la pobreza hídrica en 25 países del África subsahariana, se estima que las mujeres emplean por lo menos 16 millones de horas diarias recogiendo agua potable; los hombres emplean 6 millones de horas en esa actividad; y las niñas y los niños, 4 millones de horas.
En otros continentes, igualmente han sido las grandes víctimas. Testimonios nuevos de varios países de África, Asia y Latinoamérica señalan que las mujeres tienen muchas menos probabilidades que los hombres de realizar empleos rurales remunerados (tanto agrícolas como no agrícolas). Jamás tienen horario. Hay que tener en cuenta que el sector agrario es una actividad donde la mano de obra femenina, resulta imprescindible y primordial para el desarrollo. No olvidemos que también, no sólo producen, también procesan y preparan una gran cantidad de los alimentos disponibles, por lo que sobre ellas recae la gran responsabilidad de la seguridad alimentaria.
Gracias a la población campera, que depende en su mayoría de los recursos naturales y de la agricultura para subsistir, representando un cuarto del conjunto del censo mundial, el mundo ha podido avanzar humanamente y cosechar los mejores frutos, principalmente debido a ese tesón femenino, de liderazgo en la retaguardia, de constancia en definitiva. En este sentido, nos alegra que la agenda 2030, no sólo les reconozca su trabajo en el desarrollo del planeta, sino que también se elimine, de una vez por todas, los obstáculos jurídicos, sociales y económicos que impiden su empoderamiento. Soy de los que pienso que debemos aprovechar cualquier oportunidad para reivindicar su trayectoria, para que no se queden atrás, y más allá de la onomástica del Día Internacional de las Mujeres Rurales (15 de octubre), trabajemos a diario por superar cualquier barrera, promoviendo la concienciación y la capacitación para que conozcan y puedan reclamar sus derechos.
Aún hoy, estas personas de grandes sentimientos humanos, cuya tarea es decisiva no solo para el progreso de los hogares campestres y las economías locales, sino asimismo para las economías nacionales, a las que contribuyen participando en cadenas de valor agrícolas, se merecen unos sistemas de protección social que merme la discriminación con la que aún cuentan en bastantes países. A los hechos me remito; las mujeres rurales están todavía en peor situación que los hombres rurales, y ya no digamos, con referencia a las mujeres y hombres de las zonas urbanas. Deberíamos invertir estas injustas situaciones, pues hoy por hoy, la pobreza extrema está en las zonas rurales; y, en gran medida, quien más soporta esta bochornosa necesidad sigue siendo la mujer. Actuar con coherencia implica algo más que un recordatorio de aniversario; la familia rural, aparte de ser guardiana de los valores naturales y agente de solidaridad, precisa ser escuchada, cuando menos en su petición sanitaria y de educación básica para sus hijos. Pensemos que un gran fragmento de las personas analfabetas del mundo provienen del ámbito labriego y son hembras.
A pesar de las muchas contrariedades sociales, de tantos abusos hacia la mujer rural, ellas sí que nos ofrecen grandiosas lecciones de ética y moral al mundo; sobre todo, a esa ciudadanía que todo lo corrompe y devalúa. Los estudios sugieren que manifiestan más preocupación por el medio ambiente, aunque tengan poca participación en los procesos de toma de decisiones. Por ello, pienso que es muy necesario en estos momentos de multitud de pasividades, ante un planeta que nos grita por la sobreabundancia de agentes contaminantes, que la mujer rural coopere y su voz sea mucho más oída dada su profunda sensibilidad. Sin duda, es hora de mirar a nuestro alrededor con ojos más sabios y de repensar que, nosotros mismos, somos parte de esa tierra que en lugar de laborearla la escarnecemos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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12 de octubre de 2016