Después del fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, la Venezuela que hoy avergüenza la democracia, durante cuatro décadas, fue un modelo fascinante de estabilidad política y de respeto al orden institucional, pero el sistema fue entrando en crisis sin que se produjeran las reformas necesarias y el país se ha hundido en el caos.
Un líder sobresalió sobre los demás, no para alzarse con el santo y la limosna, creyéndose predestinado, sino para auspiciar lo que el país no había tenido: un largo periodo de estabilidad democrática, que ese aporte convierte a Rómulo Betancourt en uno de los demócratas más grande que ha parido América.
El principio de la alternabilidad democrática no solo lo hizo valer en Acción Democrática, el partido que pudo acaudillar como lo habían hecho otros líderes en la región, pero que manejó como plataforma para el empuje de nuevos liderazgos, pero también comprendió que distinto a lo que ocurría en México, donde un solo partido dominaba el poder, era más refrescante que los partidos también se alternaran.
La derecha venezolana andaba dispersa y sin una cabeza sobresaliente, y Rómulo Betancourt contribuyó como nadie a definirle un líder, que lo fue Rafael Calderas.
Pero el país fuera caótico si hay que inventar la rueda cada vez que llega un gobierno o un partido distinto, y para evitar eso, aunque cada quien pusiera sus matices, promovió el Pacto de Punto Fijos, del que fueron partícipes todas las fuerzas de la democracia.
Gobernó, pero no aceptó reelección, sino que dio paso a su compañero de partido, Raúl Lioni, y después Rafael Caldera, copeyano, Carlos Andrés Pérez, adeco; Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi, y las cosas más o menos bien, hasta que el presidente Carlos Andrés Pérez es convencido de volver de nuevo en una coyuntura muy desfavorable.
Los venezolanos adoraban al CAP que nacionalizó la industria petrolera y produjo prosperidad económica, y en tiempos de precios bajos del petróleo, recibieron a uno obligado a apretar los cinturones, llegando a acumular tal nivel de descontento que enfrentó una tentativa de golpe de Estado.
Se cayó del altar el líder de mayor prestigio e influencia regional, y se llevó de paro un sistema político sin figuras sustitutas, y entonces regresó otro que tampoco debió regresar, Rafael Calderas, que había tenido actuación irresponsable frente al golpe contra CAP, y en su gobierno liberó al golpista Hugo Chávez, que fue alcanzando tal nivel de popularidad que ganó las elecciones de 1998, para empezar a sembrar parte del desbarajuste que ahora se cosecha.
El enemigo de todos los gobiernos venezolanos, el petróleo barato, lo recibió, pero después lo compensó con creces. De 7,57 el barril multiplicaría su precio por diez y de ahí en adelante.
Usó la bonanza petrolera para repartir bienestar en programas sociales alcanzando una popularidad imbatible y para evitar la formación de una clase política independiente, se esmeró en destruir la actividad privada para que todo dependiera del gobierno.
La bomba de los nuevos precios bajos del petróleo sin un aparato productivo que amortiguara la economía, no le estalló a Chávez, sino al gobernante más torpe e impopular que haya podido tener el país en toda su historia, y la mascarada democrática se caído totalmente.
Huyéndole como el Diablo a la cruz al referendo revocatorio que los pondrá de patitas en la calle, han apelado a un subterfugio absurdo para postergarlo sin fecha fija.