¡Qué estupidez, la de los delincuentes que atracaron, golpeándola y despojándola de su vehículo, a la humilde y olvidada Defensora del Pueblo, Zoila Martínez! ¡Qué mala pata, la de esos sujetos, que con esta execrable acción ahora nos recuerdan que existe la Oficina de Defensoría del Pueblo, inútil invención de nuestra cómica burocracia cuya existencia se nos había olvidado, pues a Zoila Martínez en ningún lado le hacen caso en sus denuncias y protestas ni tiene recursos con qué defender a nadie! Ojalá que la Policía los atrape pronto y que a esos malandrines no los defienda un defensor de oficio. (No lo descarte).