Las sociedades modernas se estremecen ante este virus cancerígeno que representa el amor al odio, cultivado con pasión por individuos motivados por prejuicios raciales, ortodoxias religiosas y otras prácticas miserables, con resultados a todas luces despreciables. Aterra observar cómo ganan terrenos los malvados que inspiran sus vidas en el desprecio hacia quienes piensan diferente a ellos, o que sencillamente entienden que no pertenecen a los suyos. El amor al odio no solo es hoy una expresión del bajo mundo, como lo suponíamos en antaño, sino que gana cuerpo como tal en las sociedades que suponíamos eran la más elevadas expresión de la civilización moderna.
Es como si estuviéramos de regreso a la barbarie, y como si el regreso a ella fuera una necesidad urgente; o como si para sobrevivir fuera necesaria la destrucción de la humanidad. El gran peligro es que para que esto último ocurra, ese odio al amor tiene disponible los recursos bélicos sofisticados para lograrlo en apenas segundo. ¡Dios nos libre!