Desde que el mundo fue progresivamente adoptando el método de elección de autoridades mediante el voto universal, esta suprema decisión quedó en manos de poblaciones fácilmente manipulables por vía de discursos populistas y demagógicos y por pretendidos mesías que ofrecen el cielo y la tierra a cambio de apoyo.
Es sobre el lomo de las masas poco pensantes donde los demagogos y vendedores de soluciones milagrosas suelen cabalgar con relativa facilidad, combinando fragilidad mental con pérdida de esperanza–o desesperación, que es peor–para hacer exitosos proyectos electorales que en condiciones normales serían meros intentos fallidos.
La historia, no tan remota sino tan reciente como la década de 1930 del pasado siglo, es más que aleccionadora para ilustrar hacia dónde se puede dirigir una nación cuando la falta de horizonte hace que el pueblo se decante por embaucadores como Adolfo Hitler en Alemania. Ya sabemos que el resultado final de esa desesperación del pueblo alemán fue la más terrible catástrofe universal de la humanidad desencadenada por la Segunda Guerra Mundial.
El tema es que en un proceso electoral las urnas pueden arrojar los resultados más aberrantes, los cuales tienen que ser aceptados porque es el juego de la democracia. Es la parte mala de la democracia, pues ella permite que cualquier cretino político se haga con la Presidencia de la República y de ahí hacia abajo con los demás cargos de elección popular.
Es así como hemos visto desfilar por los cargos públicos en todos los países a individuos que en el mejor de los casos debieron estar formando parte de la matrícula de algún centro psiquiátrico. Pero no. Lejos de ello los hemos tenido tomando grandes decisiones con las cuales comprometen el futuro de generaciones. No hay que citar nombres.
En algún período de la historia en las decisiones electorales solo participaban los hombres con un determinado nivel, ya fuera social, intelectual o económico. Eran gobiernos de castas. ¿Qué no era el mejor sistema? Probablemente.
Sin embargo, la universalización de las prerrogativas electorales no necesariamente ha funcionado adecuadamente ni mucho menos ha significado una mejoría de los gobiernos, pues el sufragio de un enajenado mental que es llevado a ejercer "su derecho" mediante el voto asistido, tiene el mismo valor que el de un premio Nobel.
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