La Cámara de Diputados ha aprobado una ley de la autoría de Tobías Crespo que pretende poner orden en la circulación de vehículos y en las diversas modalidades de transportes que funcionan en la República Dominicana.
No cabe la menor duda de que esa legislación constituye una necesidad para tratar de que haya menos dispersión en el sector transporte, lo cual ha sido una de las grandes fallas atribuibles a la falta de acción del Estado durante más de cuatro décadas.
Ello se ha debido a que cada vez que el desorden en el tránsito y el transporte se ha salido de control–es decir, durante todo ese tiempo–el Gobierno de turno ha recurrido a la creación de una entidad nueva para hacer lo mismo.
De esa atomización ha surgido cualquier cantidad de entes públicos que se pisan los pies entre sí, mientras el desorden es la regla en las calles y carreteras de la República Dominicana, generando un elevado costo en vidas humanas y multimillonarias pérdidas materiales.
Parecería que el proyecto del amigo Tobías Crespo apunta en la dirección correcta, al plantearse la concentración de las decisiones fundamentales en una sola entidad rectora.
Sin embargo, ¿dónde radica el problema para organizar el tránsito en la capital dominicana? Voy a poner una pequeña muestra, consciente de que, como siempre, nadie moverá un dedo para resolverlo.
Me refiero al caos permanente en la avenida Tiradentes desde Plaza Naco hasta la avenida 27 de Febrero, ocasionado por la feliz decisión de alguna autoridad de abrir un retorno para facilitar el ingreso de vehículos a una estación de combustible.
Allí hay permanentemente vehículos atravesados generando el infernal embotellamiento a los ojos de agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET) para quienes eso no es un problema.
¿Puede alguien explicar la lógica de ese cruce y retorno para ayudar al negocio de un particular en perjuicio de todos los que circulan por esa arteria? Creo que solo en un país donde no se tenga el más mínimo respeto por el tiempo de los demás se puede justificar semejante desatino.
Y luego alegamos que trabajamos para organizar el tránsito. En la práctica, con ley o sin ella, la anarquía seguirá como norma cotidiana, al menos en la capital.