Por Roberto Molina Hernández
Belgrado, 26 nov (PL) La noticia de la muerte de Fidel Castro, aunque esperada, constituye un duro golpe para quienes crecieron y vivieron en el curso de toda su trayectoria de líder de la Revolución cubana.
Para un periodista que tuvo el privilegio de acompañarlo en muchos de esos momentos históricos de su ejecutoria dentro y fuera de Cuba, se agolpan en la memoria, como si fuera un filme, miles de imágenes y recuerdos por minuto a modo de surtidor inagotable.
Cuando cumplió 90 años, hace menos de tres meses, escribí a modo de homenaje unas notas al vuelo sobre algunos de esos momentos, con énfasis en una visita que hizo a Yugoslavia, sin imaginar siquiera que su muerte me sorprendería aquí, en la capital de Serbia.
Por eso, me permito reproducir hoy ese texto, como muestra de respeto por ese hombre inconmensurable que responderá por siempre al nombre de FIDEL CASTRO RUZ:
Mi Fidel
Cada cubano- y me atrevería a decir cada ciudadano del mundo- tiene un Fidel particular, especialmente si ha establecido algún vínculo personal con él o ha seguido de cerca su pensamiento y acción.
Por mi trabajo como periodista de Prensa Latina desde 1968 yo también tengo Mi Fidel.
Mi primer contacto data de fines de diciembre de 1958, cuando se corre la voz en el humilde vecindario llamado La Cuba, en Palma Soriano, de que Fidel estaba "frente al colegio de las monjas". Con mis 13 años volé hasta allí y desde lejos, rodeado por una multitud, pude ver al héroe de la Sierra Maestra cuando finalizaba una alocución radial histórica: Golpe militar no, Revolución sí. Y su llamado a la huelga general.
La vertiginosidad de los acontecimientos a partir de entonces es harto conocida por todos los cubanos, especialmente por los de mi edad, privilegiados con la posibilidad de estudiar, llegar al nivel que quisieras con solo poner tus ganas y empeños. Y en mi caso, después de una beca inolvidable para estudiar idioma ruso en la escuela Máximo Gorki, comencé a trabajar y continué en las aulas hasta graduarme de periodista y tener la dicha de entrar en la mítica PL.
Como reportero en La Habana estuve en muchas coberturas memorables muy cerca de Fidel, conocí de su profundo respeto por los periodistas, de su preocupación para que pudieran realizar sin obstáculos su trabajo, e incluso en más de una ocasión le escuché interesarse por algún problema personal o familiar de alguno de ellos.
Ya como corresponsal, fui tocado con la varita mágica de poder acompañarlo en Bulgaria y Hungría durante aquel histórico viaje en 1972 por Guinea, Sierra Leona, Argelia y todos los países socialistas de Europa del Este.
En Yugoslavia me tocó ser el único periodista cubano que cubrió su visita en marzo de 1976 a la isla de Brioni para reunirse con el legendario Josip Broz Tito, un héroe nacional y un líder indiscutible en el entonces poderoso Movimiento de Países No Alineados.
Recuerdo como si fuera hoy que en la prensa de ese país había cierto clima de hostilidad hacia la presencia de combatientes
internacionalistas cubanos en Angola.
Fidel, que lo sabía, desplegó un gran mapa de ese estado africano ante Tito, le explicó al detalle las operaciones, el papel de los cubanos allí, los peligros de una victoria de la Sudáfrica del apartheid para la región y para el MNOAL.
Ni que decir que la claridad de su pensamiento, la amplitud de su exposición y ese encanto personal que pone cuando quiere hacer llegar al interlocutor su razonamiento surtieron el efecto deseado. Tito quedó convencido de todo aquello, ofreció su colaboración y todo eso está en el contenido del comunicado conjunto y tuvo su reflejo en los medios, que a partir de ahí asumieron una postura objetiva sobre las misiones militares cubanas en el continente negro.
En una cena de despedida, Fidel hizo un discurso que se centró en la personalidad de Tito en la historia de Yugoslavia, los Balcanes y su estatura mundial bien ganada en los campos de batalla contra el fascismo alemán que cambiaron la historia en esa convulsa región y trajeron el período más largo de paz y prosperidad allí desde la creación de la Republica Socialista Federativa de Yugoslavia hasta su aniquilamiento en la década de los 90 del pasado siglo.
Ese discurso, que nunca se publicó íntegramente, lo guardo con mucho celo porque pienso que nadie habló sobre Tito como lo hizo Fidel en aquella memorable noche del 4 de marzo de 1976. Quizás su estirpe guerrillera y rebelde le permitía comprender y valorar mejor al mariscal de mil batallas.
Su interés por Yugoslavia no terminó allí. Basta recordar la ejecutoria de Fidel durante la guerra que le impusieron Estados Unidos y la OTAN a aquel país en la década de los 90, su solidaridad, sus opiniones sobre las posibilidades de resistencia a los dirigentes de Belgrado.
Tanto es así que recientemente, durante un viaje que hice a título personal por casi toda Serbia constaté que decir que eres cubano es un salvoconducto formidable. Enseguida que mencionas Cuba surge de tu interlocutor un nombre, Fidel Castro. Y un reconocimiento a su estatura moral, una pregunta sobre su estado de salud, un deseo de que viva muchos años más.
Fueron muchas mis oportunidades junto a Fidel en sus viajes a la Unión Soviética, memorable su participación en 1986 en el penúltimo congreso del PCUS, su palabra visionaria, ese don- como dijo en una ocasión el presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika- de ir al futuro, observarlo, analizarlo y venir a contártelo.
Pero quise poner énfasis en este pasaje sobre Tito y Yugoslavia, quizás muy poco conocido.
Especial huella dejó en mí su visita a Córdoba, Argentina, en julio de 2006 para participar en la Cumbre del MERCOSUR. Cuando la incógnita sobre su llegada se disipó y en el Centro de Prensa se mostró en una gran pantalla el aterrizaje de su vetusto Il-62, los colegas y funcionarios pidieron a gritos apagar las luces para ver mejor y una ovación estalló cuando se abrió la puerta del avión y descendió el Comandante.
El resto es historia. Su presencia en la reunión acaparó toda la atención, casi que a nadie le importaban los temas en debate, todo se circunscribía a lo que hacía y decía Fidel.
Su memorable discurso junto a Hugo Chávez en el estadio de la universidad cordobesa y la visita de ambos al día siguiente a la pequeña villa en Alta Gracia-convertida en museo- donde vivió parte de la infancia y adolescencia Ernesto Guevara, estuvieron acompañados de un mar de pueblo, como nunca se había visto por aquellos lares.
Fue su último viaje al exterior. Retornó a la Patria y cumplió con sus obligaciones por las celebraciones del 26 de Julio y de ahí prácticamente a la sala quirúrgica donde estuvo al borde de la muerte.
Pero lo salvó su apego a la vida, a la idea firme de que aún después de hacer dejación de sus importantes responsabilidades ante el Estado, el Gobierno y el Partido Comunista de Cuba su deber con el pueblo y con la Patria- que para él, como dijo Martí, es Humanidad- su misión no había concluido.
Y ahí está, hoy con 90 años, dictando cátedra mediante un hermoso artículo e irradiando su luz.
lam/rmh