Cualquier cosa que uno diga sobre la figura de Fidel Castro resulta redundante ante la abundancia de elogios vertidos para resaltar el que, sin duda alguna, es el latinoamericano más sobresaliente del siglo XX. Sé que esta opinión puede dar lugar a críticas, pero es mi opinión, la cual no necesariamente tiene que ser compartida por todos pero sí respetada.
Siento por Fidel una admiración que se hizo especial cuando tuve la oportunidad que pocos periodistas dominicanos tuvieron, es decir, compartir con él en varias ocasiones e intercambiar impresiones con la soltura que le caracterizó.
Una de esas oportunidades fue en Caracas donde otros tres colegas mantuvimos con Fidel una conversación-entrevista que se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Abordamos muchos temas, pero sin duda el que más de llegó fue cuando le relaté que en la República Dominicana se había comentado que él hizo poco para evitar que el coronel Francis Caamaño viniera a montar un foco guerrillero que estaba condenado al fracaso.
Lo negó diciendo que había tratado por todos los medios de convencer a Caamaño del riesgo que corría su proyecto foquista. Cambió el semblante cuando tocó ese tema. Creo que le afectaba sinceramente.
Al concluir la plática, y a pesar de la hora, caminó con nosotros hasta el elevador del recién inaugurado hotel Eurobuilding de la capital venezolana, sujetó la puerta y se quedó otros 10 minutos haciendo algunas anécdotas.
Estar frente a Fidel era una experiencia extraordinaria que generaba una atracción inmediata dada la inmensidad de su personalidad. Un personaje comparable a las portentosas figuras de la humanidad que dejaron una huella imborrable y una gravitación para que jamás se les olvide.
La historia de la humanidad registrará por siempre la impronta de un líder que impactó con enorme incidencia la última mitad del siglo XX y parte del XXI, cuya incidencia trascendió a América Latina para convertirse en un símbolo mundial.
Una persona de esas dimensiones necesariamente tiene que generar polémicas, pues las grandes proezas nunca siempre han estado acompañadas por juicios favorables y posiciones adversas. En ese orden la figura de Fidel, desde el triunfo de la Revolución, estuvo matizada por los extremos al analizársele, unos a favor y otros en contra, pero nunca generando indiferencias. ¡Hasta siempre, mi comandante!