Lo dicen los hechos: La reelección no está descartada. Por el contrario. Amenaza con irrumpir de nuevo, como un fantasma, el escenario político.
El presidente Danilo Medina no hizo un “punto y aparte” después de las elecciones de mayo sabiendo que iniciaría su segundo y último mandato como dispone la Constitución que él mismo modificó para reelegirse argumentando que el modelo de Estados Unidos era el ideal: Un mandato, la posibilidad de otro y nunca más. Danilo hizo un punto y seguido. Ni siquiera se detuvo los tres meses de transición. Sus actos proselitistas no se han detenido un seguro desde que asumió el mando en agosto del 2012, donde juró y perjuró que no se repostularía, porque sería comerse un tiburón podrido y echar los principios al zafacón.
El sentido patrimonial y clientelar del Estado en manos de Danilo no se detiene ni por un segundo. Su figura omnipresente se fortalece a través de costosas campañas de marketing en los medios de comunicación. Danilo no es el presidente de un país democrático, institucionalizado, donde la Constitución y las leyes determinan el comportamiento de los funcionarios y demás ciudadanos.
Danilo es Dios. Su poder es ilimitado; Nada lo detiene en sus deseos y caprichos. El Dios de los milagros, el de los panes, el vino y los peces, el que sacó a Lázaro del sepulcro, el que les devuelve la vista a los ciegos, el que le da pan a los hambrientos, el que cura a los enfermos, el que regala viviendas, el que construye escuelas y hospitales, como si el dinero fuera suyo, no del pueblo. Pero también es quién se lava las manos como Pilatos cuando sus correligionarios comenten crimines y delitos. El Estado es su patrimonio, como si lo hubiera heredado de sus monarcas padres de un campo muy pobre de San Juan de la Maguana. Por eso los reparte entre los caciques del Comité Político de su partido y entre aliados que, como pordioseros, reclaman migajas en pequeñas instituciones o en inmorales botellas de 200 y 300 mil pesos mensuales.
Las lluvias de las últimas semanas han puesto al descubierto la pobreza y la marginalidad del pueblo dominicano. Como lo hizo Trujillo en 1930 con el ciclón San Zenón, han sido utilizadas políticamente para la reelección. ¡La politiquería salta a la vista! Danilo es quien dispone qué hacer, donde, cuándo y cómo. ¡Dios!
Como en los años 30, hasta 1961, todo se hace o se deja de hacer por “disposición expresa del presidente Danilo Medina”, comandante en jefe de la policía y las fuerzas armadas, incluyendo “la revolución educativa”, el plan de alfabetización que en cinco años no ofrece resultados como en Cuba después de la revolución, en apenas un año, o en Bolivia, en 17 meses, durante el mandato del iletrado Evo Morales.
Ante la ausencia de un potencial candidato en el grupo oficialista, ya han comenzado las encuestas de los sicarios a darle un 80% de aprobación a una gestión que no lleva cuatro meses; ya las bocinas vociferan “vuelva y vuelva” el mesías. Congresistas comentan los beneficios de un tercer mandato del “mejor presidente que ha tenido el país en toda su historia”, por encima de Ulises Espaillat, Juan Bosch, Antonio Guzmán y Caamaño.
Pero hay un pequeño detalle hasta ahora ignorado: La Constitución. Para otro mandato Danilo tendría que volver a modificar la Carta Magna. Y si bien tiene los senadores y diputados para hacerlo (por eso y para eso reclamó su Congreso durante la campaña electoral) no será fácil, aunque como la otra vez, compre senadores, diputados, bocinas, abogados, curas y algunos empresarios. El costo económico y político será demasiado alto.
Y como si fuera poco, al país le vienen momentos difíciles a partir del año próximo cuando termine la francachela navideña. Razones de sobra para que la oposición se mantenga unida, organizar la lucha popular para sacar del gobierno a los que entraron en chancletas y andan en avionetas.