Sepan mis familiares, amigos, conocidos y enemigos (si es que tengo algunos por ahí) que ayer, durante unas ocho horas, dejé de ser esclavo. ¡Sí, fui libre! Recorrí libremente toda la ciudad, gozando hasta los tapones; pensé libremente en todo lo que me queda pendiente para los próximos veinte años; me reencontré libremente con el mar, con el cielo meridiano casi olvidado y sus nubes transmutadas en inofensivos monstruos blancos. ¡Qué día inolvidable fue este lunes propiciatorio de mi libertad! (En fin, lo que quiero decirles es que durante esas horas gocé enormemente la libertad: ¡Anduve sin celular!).