Desde el fin de la guerra de Vietnam el inicio de un nuevo año nunca planteó interrogantes tan preocupantes sobre el futuro inmediato de la humanidad como las que presenta este 2017. Tomo ese acontecimiento como punto de partida, en razón de que durante estuvo en su apogeo el conflicto en el sudeste asiático, el planeta podía esperar cualquier cosa.
Dada la realidad de que Estados Unidos ha sido la principal potencia desde la Segunda Guerra Mundial, los hechos trascendentales en ese país tienen, indudablemente, una gravitación global y del curso de sus acontecimientos internos depende mucho el discurrir de las demás naciones.
Lo que quiero destacar es que la elección del presidente estadounidense a partir de Jimmy Carter siempre fue vista como una rutina en un sistema democrático, sin representar ningún sobresalto por tratarse de personas conocidas, con una hoja de servicio público de gran envergadura.
Nadie cruzó los dedos cuando, al llegar el 20 de enero, se juramentaban como presidente de los Estados Unidos el propio Carter, Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que todos habían sido congresistas, senadores o gobernadores estatales, es decir, gente con entrenamiento y preparada para lidiar con situaciones complejas.
Las interrogantes que surgen en el mundo a partir del 20 de este mes cuando Donald J. Trump asuma la conducción del Gobierno de los Estados Unidos están basadas en que es un individuo sin el más mínimo entrenamiento político y de un carácter difícil de llevar, elementos que ponen en serio cuestionamiento su capacidad para manejarse en situaciones complicadas como de seguro tendrá que enfrentar a diario.
Es cierto que Trump no tendrá que batallar con la complejidad que planteaba a Washington un mundo bipolar como les tocó a los mandatarios de la guerra fría. Eso parecería un punto a su favor.
Sin embargo, con la URSS se podía contender pues era un poder establecido con líderes responsables, no así con la nueva realidad global de que Estados Unidos y el mundo tienen que luchar en varios campos frente a un enemigo sin rostro.
Y es claro que Trump carece del entrenamiento, pero más grave aún, del temperamento para manejar una eventual crisis global. ¿Debemos rezar? Es obvio.