Me gusta meditar cada día al levantarme,
y hoy, al hacerlo, he sentido ganas de donarme caricias.
Tras una intensa noche de sueños, desperté
y comprendí la dulzura con la que el hacedor
nos ama sin medida, estando siempre ahí, en perenne
guardia, con actitud de entrega y donación.
No es fácil amar a quien no quiere amarnos,
oponernos al mal con el bien y reponernos porque sí.
En el Todopoderoso está el sostén y el sustento,
es el primero en consolarnos y en calmarnos,
el primero en redimirnos y en protegernos,
el primero en todo, hasta en abrazarnos
y perdonarnos como un bondadoso padre,
que busca enternecernos, enviándonos
a su hijo, con el don del espíritu en perpetuidad.
Aunque falta ternura en la tierra y sobran intereses,
ya que pensamos en ese afecto usurero, no donado,
que se entusiasma por un ser y luego se extingue
sin más, y nos abandona como si nada hubiese sido,
el testimonio del Crucificado nos abre el corazón.
Por eso, hace falta volver a los puros latidos del ser,
regresar al níveo pulso que todo lo purga y depura,
volver a ser de Cristo, porque Cristo es el aire que limpia
y nos da aliento, la vida que nos vive; es Él quien
nos aguarda, es Él quien nos halla, es Él quien nos da
fuerza y nos pone en camino, en el camino de la certeza.
No hay mayor jardín en flor que la verdad imbuida
en el verso de la creación, donde todo se recrea
con la autenticidad y la lucidez de los abecedarios
más níveos, sembrados con la ternura del diálogo,
crecidos al regazo de las relaciones de gratuidad,
y ascendidos con el esplendor originario de la pureza.
Volvamos a esa moral que se nos ha vertido
como un don, pues aunque ahora lo justo parece disiparse,
con nuestra bondad venida del Creador, la semilla
del amor continuamente brota de sí misma para todos,
pues nada es para uno mismo, sino para compartirlo.
Germine, por ende, la voz verdadera en todo labio humano,
y florezca el encuentro de corazones porque también sí.
No olvidemos que abrazarse significa confiarse en el otro,
aquel que va a nuestro lado, con la mano extendida,
deseoso de acogernos y ansioso por querernos,
pues si importante es acoger para amparar,
querer también lo es todo, es el genuino sí, que con amor
corrige y enmienda, pues nadie puede estar radiante
si no sabe cultivarse y dejarse cautivar por su análogo.
Pongamos en valor la pasión y el desvelo por ser de Dios,
fijémonos en la Madre, María, en sus ojos compasivos,
en Jesús que nos mira a cada uno de nosotros;
¡con un amor que permanece, con una vida que se eterniza!.
Víctor Corcoba Herrero
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7 de enero de 2017