El niño que vive solamente con una madre autosuficiente tiene el riesgo de acabar siendo absorbido por ella; también el de llegar a rebelarse, al verla como un obstáculo frente a sus deseos de autoafirmación y masculinidad. En cambio, la presencia del padre permite romper la excesiva fusión entre madre e hijo, al tiempo que ayuda al hijo varón a modelar su identidad masculina.
Cuesta entender la renuncia a la figura del padre en una época en la que los poetas siguen componiendo sentidas elegías a su propio padre. Veamos, por ejemplo, un fragmento de la de José Jacinto:
“Esas manos fuertes, esas manos buenas/ que nos corrigieron y que al igual llenaron/ de alegrías y de gozo nuestras vidas,/ esas manos sabias, esas manos buenas/ hoy se encuentran frías”.
El acceso al trabajo profesional por parte de muchas madres de ahora está haciendo que algunos padres empiecen a asumir su cuota de responsabilidad en la crianza y educación de los hijos y en el trabajo del hogar. De la necesidad se está haciendo virtud.
Hoy urge recuperar la función del padre, pero sin limitarse a reproducir la del pasado. Ya no basta con que el padre sea proveedor en lo material y detentador de la autoridad; se espera de él que comparta con la madre el compromiso de educar. Se necesita, por ello, una reinvención de la figura paterna vinculada a un nuevo estilo de autoridad.
Jesús Martínez Madrid