La prensa mundial, principalmente la europea, ha vertido ríos de tinta para condenar el decreto excluyente del presidente de los Estados Unidos, pero ha tratado muy someramente los atropellos que desde los países nórdicos, campeones del estado de bienestar, hasta la menos petulante Portugal, han cometido contra millones de personas venidas de no se sabe dónde huyendo de las atrocidades de las guerras provocados por EU.UU en complicidad con la propia Europa.
Lo que Donald Trump ha hecho con un decreto humanamente indefendible, lo hacen los 27 de la UE de manera física colocando alambradas electrificadas y murallas policiacas que atropellan incluso a mujeres y niños apiñados en reminiscencias de los campos de concentración nazis, a los cuales solo les faltan los crematorios y las fosas comunes.
En este inhumano frenesí anti-inmigrantes y anti-refugiados, los EE.UU y la Unión Europea tienen en común no solo los muros y decretos, zanjas separatistas y murallas policiales.
El verdadero común denominador en esta cuestión lo encontramos en el origen de las estampidas, del poco miedo a morir en el Mediterráneo o en el Egeo; en la determinación de preferir ser empalado por las afiladas puyas de Ceuta y Melilla antes que seguir en casa.
Ese origen está en las acciones bélicas patrocinadas por los EE.UU y la UE, en primer lugar con el derrocamiento y muerte de Saddam Hussein, lo que provocó la desestabilización de Irak, una de las naciones del Golfo Pérsico más estables bajo el control del dictador.
El origen sigue a Siria, donde los Assad (padre e hijo) controlaban la situación mediante el sistema político que los sirios se dieron y que nadie tenía el derecho de venir de fuera a alterar como lo han hecho las potencias, incluida Rusia, que han devastado de manera criminal todo un país.
Sigamos buscando el origen de las oleadas de refugiados. Recalamos en Libia, donde la OTAN (de nuevo léase EE.UU y Unión Europea) se dio a la tarea de eliminar a Moamar Gadafi, creando un caos impresionante en un país que en manos del "dictador" tenía estándares de vida del primer mundo.
No quieren refugiados y los prohíben por decreto, muros o bardas con puyas afiladas. Critican a Trump muy justamente por el decreto, pero mantienen el cerco contra esos miles y miles de seres humanos que tratan de escapar de la situación creada por los grandes.
Alguien dijo, muy acertadamente: “Muéstrame un muro de cinco metros y te enseñaré una escalera de seis”. Este mundo no puede terminar bien.