San Pedro de Macorís, la tierra donde nació el poeta nacional, don Pedro Mir, siempre fue un pueblo culto, tranquilo y amante de la música y los deportes. En las últimas horas se ha bañado de sangre, de mucha sangre y ha sido el epicentro nacional y hasta internacional ante una tragedia que nos ha conmovido a todos los que residimos en esta legendaria provincia.
“Hay un país en el mundo” hermoso poema que inmortalizó al poeta dominicano más universal debe gran parte de su inspiración a los cañaverales, a la explotación histórica de los trabajadores azucareros que dieron sus mejores años productivos en los campos e ingenios para convertirse finalmente en simples desechos y bagazos humanos.
Y esas tierras del otrora poderoso Consejo Estatal del Azúcar (CEA) siguen dando dolores de cabeza, provocando muertes y violencia en una comunidad que contempló indignada y resignada cómo apagaron para siempre las chimeneas de su principal fuente de sustentación.
Las mismas tierras aunque en otra comunidad y circunstancias que llevaron a la tumba a la activista y defensora de los derechos del campesino de la República Dominicana, Florinda Soriano Muñoz, conocida como “Mamá Tingó”, el primero de noviembre del 1974 en Yamasá, provincia de Monte Plata.
Vidas útiles han sido sepultadas por la terrible pesadilla de la violencia que se expande peligrosamente por el país llevando luto y dolor a hogares dominicanos.
Duele y conmueve, pero verdaderamente duele ver el escenario de la sangre corriendo a borbotones por el piso de una cabina de radio y escuchar el impacto de balas saliendo del arma que llevaba en las manos un violento, un ser humano incontrolable que -por las razones que fueran-salió de su hogar a teñir de luto a familias y a un pueblo que contempla atónito el grado de descomposición social que nos afecta.
¿Está gravemente enferma la sociedad dominicana? ¿Por qué tanta violencia? ¿Hacia dónde nos dirigimos? Son preguntas que merecen una respuesta no solamente desde la visión e interpretación de los especialistas de la conducta sino igualmente desde el seno mismo de la sociedad.
¿Qué está pasando en la República Dominicana? Muchos se preguntan: ¿cómo es posible perpetrar un asesinato en el interior de una cabina radial como si el escenario seleccionado fuera una calle cualquiera de las más violentas del país?
Desde el exterior personas vinculadas al ámbito comunicacional expresan asombro de que una empresa cuya esencia es la emisión de opiniones y de programas de diversos contenidos, que en muchos casos afectan determinados intereses, esté desprovista de las más elementales normas de seguridad.
Conversando con el presidente del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), Olivo de León, a pocos minutos de ver introducir en su última morada los restos mortales del magnífico profesional de la locución, Leónidas Martínez, reveló que varios periodistas y representantes de agencias informativas internacionales de Italia; México, Perú y España se comunicaron con las oficinas del CDP en Santo Domingo y manifestaron asombro al enterarse que desde una cabina de radio pudieran asesinar a dos locutores en plena labor.
En la década del setenta durante los terribles doce años de Joaquín Balaguer, los recordados periodistas Orlando Martínez y Gregorio García Castro fueron asesinados en las calles luego de salir de sus respectivos centros laborales. Dos crímenes de Estado que impactaron la conciencia nacional producto de la intolerancia e irrespeto a la libertad de expresión predominante en esa época.
La muerte de los locutores petromacorisanos Leónidas Martínez y Luis Manuel Medina ocurre en circunstancias diametralmente diferente; los dos vivieron en una sociedad contaminada por la violencia física y verbal, promovida en ocasiones en las propias estructuras mediáticas y en medio de un escenario donde la proliferación de armas en manos de la población civil es altamente preocupante.
Actualmente la vida en el país no vale nada y en cualquier espacio físico una mano asesina puede sorprender a gentes buenas, trabajadoras y de corazones nobles.
Peligro de la Intermediación
El denominado Cuarto Poder del Estado en el país se presta hoy en día para muchas cosas y no tan solo para informar y formular opiniones. Entonces, esa vinculación tradicional de la prensa con el poder tiene que ser cuidadosamente abordada desde una perspectiva que no comprometa la integridad de sus actores así como la diversidad y criterios al momento de emitir opiniones e informar sobre determinado acontecimiento.
Todavía la población dominicana sigue teniendo una alta valoración hacia los medios de comunicación que después de la Iglesia son las instituciones más creíbles, según encuestas de la Gallup. El espacio de la libertad de expresión está garantizado en el país y algunos entienden que en demasía.
En ese sentido, las gentes más humildes de la sociedad ven en los hacedores de opinión pública su tabla de salvación cuando se trata de dar a conocer ante las autoridades las precariedades en que viven.
Los periodistas y locutores del país que hacemos opinión pública ya sea en la radio, televisión, prensa escrita o internet debemos reflexionar y medir cada palabra que utilizamos para comunicarnos. La violencia verbal, descalificaciones, confrontaciones y la intermediación con sectores del poder político y económico en la que algunos comunicadores buscan interceder pueden generar terribles y traumáticas consecuencias.
San Pedro de Macorís del 2017 es un pueblo abandonado, con altos niveles de violencia y repleto de motoconchistas que se movilizan por toda la ciudad buscando el sustento familiar porque las fuentes de trabajo son escasas.
La inseguridad y temor merodean la cotidianidad en el diario vivir de un pueblo históricamente sacrificado y digno de mejor suerte.
A continuación, un fragmento del inmenso poema de Pedro Mir “Hay un país en el Mundo”, en ésta circunstancia en que el dolor y la sinrazón se apoderan de la Sultana del Este.
“Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de la noche.
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente
liviano,
como un ala de murciélago
apoyado en la brisa.
Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteras
antiguas
o el día en los tejados.
Sencillamente
Frutal. Fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado”.
Articulo de Manuel Díaz Aponte
Viernes, 17 de febrero del 2017