Cada 27 de febrero el pueblo dominicano espera el discurso del Jefe del Poder Ejecutivo para enterarse de como transcurrió el último año fiscal para el Estado Dominicano y cuales perspectivas tiene la nación para el futuro inmediato. Es decir, se trata de un mensaje a la nación, al pueblo, a las fuerzas vivas e incluso a nuestros amigos extranjeros dentro y fuera del país, pues de ahí, probablemente, se pueda colegir la buena o la mala marcha de la economía, la seguridad ciudadana y el Estado de Derecho en la actualidad. Así como el desempeño fiscal del Estado, esto es: si bajarán o subieran los impuestos o si se mantendrán estables. Se puede incluso hablar de los planes inmediatos del gobierno, del curso de la economía y las posibilidades de inversión en lo inmediato y a futuro.
Sin embargo, desde hace cierto tiempo, los discursos de rendición de cuentas, son tomados para los presidentes justificarse ante el país, para hablar de méritos personales, de partidos y de la actualidad política proselitista. Es decir no se habla a la nación, ni al pueblo sino a los políticos, a los partidarios y se intenta convencer sobre las bondades del gobierno sin hablar sobre la realidad administrativa y economía. Entendemos que con esta situación se hace un flaco servicio al país, a la democracia y al estado de derecho, pues a la nación le queda un sabor amargo sobre la dignidad de su fecha patria como de lo que espera de sus autoridades. Para hacer proselitismo, para hablar de planes y de proyectos existen otros escenarios diferentes del día de la independencia nacional, el cual, debe estar reservado a lo que manda la Constitución y aconseja el sano juicio.
El dialogo del presidente con la nación ha de ser franco, abierto, sincero y despojado de toda intencionalidad política, es decir, debe hablar también para la oposición pues es el presidente de todos. Es un discurso de nación y para la nación. No sabemos cómo ni qué dirá el primer mandatario al país pero si esperamos que lo haga apegado a la Constitución, a las leyes y al mandato de rendición de cuentas. La forma más sincera, llana y precisa de elevar nuestro sentido de nacionalidad, de honrar la fecha patria, es hacer un discurso de nación.
Muchos esperan –y hasta sugieren- que el Presidente se refiera a tópicos de la política vernácula cuando el mandato del 27 de febrero es para otros asuntos, esperamos que el Presidente no se deje arrastrar por las voces que le piden que se refiera a lo que sucederá y deje de lado informar sobre lo que ha acontecido en nuestro último año fiscal.
Es hora de que el inmediatismo no impida ver el bosque. Pues se debe romper con la visión autoritaria como con el individualismo reinante. Muchos discursos pretenden emular el boato de Trujillo como si el traje de un dictador sea la gala más apropiada para un demócrata y para un estado de derecho con una democracia en construcción. Es hora de que quien dirige la nación sepa que es un servidor puro y simple que ha sido honrado por el pueblo para servirle no para hacer galas de grandeza, sapiencia y manejos maquiavélicos de los hilos del poder, pues su papel es la de empleado del pueblo y servidor de la patria. Bajo el Estado Social y democrático de derecho que nos rige el mandatario no es un príncipe sino un gestor de los asuntos públicos, no de una casta, clase, ni de un grupo sino del pueblo en tanto y cuanto totalidad social viva y viviente, con metas a alcanzar y objetivos definidos, sin mesianismos, ni determinismos, ni pesimismos sino convencido de que nuestra realidad puede y debe ser mejorada por nuestros hombres públicos.
Cuando un gobernante intenta ponerse a la altura de los fundadores del Estado no hace sino descalificarse pues su rol es la de un continuador de la obra siempre inconclusa de los prohombres bajo un manto de humildad y de servicio a su prójimo. Al intentar aparecer como un demiurgo no hace más que languidecer y degradar la democracia, pues bajo esta, todos somos pareces, la singularidad es transitoria y solo justificable en la medida sirve al bien común.
Afortunadamente, Danilo Medina se caracteriza por la humildad de palabras, falta ahora que sea humilde también en los hechos y en las circunstancias en que debe contribuir a forjar el estado de derecho y no en trapisondas para perpetuarse en el poder. DLH-25-2-2017