Detrás del abigarrado ruido mediático y los legítimos clamores ciudadanos que han acompañado en el país a las investigaciones judiciales sobre los confesos y multinacionales casos de soborno, sobrevaluación de obras y sospechoso financiamiento político-electoral en los que ha estado envuelta la empresa brasileña Odebrecht Organization, es posible avizorar los primeros zafarranchos de combate interno en el PLD y el PRM de cara al todavía lejano proceso electoral del año 2020.
(El autor de estas líneas no ignora que semejante aserción pudiera dar pie a que se le impute tendencia a la suspicacia y a la exageración extremistas, pero en su defensa esgrime dos argumentos simples, rotundos y tangibles: en nuestro país se empieza a pensar en las próximas elecciones desde que la JCE proclama un candidato presidencial victorioso; y los casos de la compañía en cuestión parecen tener posibilidad de explotar en los mismos pies de algunos de los más conspicuos líderes con vocación presidencial de los partidos mencionados).
En lo atinente al PLD, todo mueve a pensar que la táctica puesta en marcha por el sector palaciego (que controla las estructuras partidarias por lo menos “ex oficio”) está dirigida no sólo a tratar de alejar de sus entornos el lodo lanzado por las confesiones de algunos ejecutivos de la Odebrecht, sino también a ensayar la posibilidad de darle uso al “affaire” para embarrar aún más la imagen del grupo del doctor Leonel Fernández y, de paso, dejarle caer de manera tangencial alguna suciedad al PRM, la entidad opositora que hasta hoy luce mejor situada frente a las elecciones venideras.
En ese respecto, mientras el sector palaciego ha tratado de focalizar la discusión sobre las actuaciones de la Odebrecht en el tema específico de los sobornos (amparándose en la dirección tomada al respecto por las autoridades estadounidenses), acaso porque aparentemente involucra a ex funcionarios o relacionados del gobierno del doctor Fernández y porque sería lo más fácil de manejar y hacer olvidar, el grupo intrapartidario que lidera el presidente del PLD le ha estado dando “manigueta” soterradamente al asunto de la presunta sobrevaluación de las plantas eléctricas de Punta Catalina y, últimamente, a las alegadas aportaciones de la empresa brasileña -por conducto del asesor Joan Santana- a las campañas electorales del actual mandatario.
Naturalmente, aunque los focos judiciales de la investigación (que, desde luego, en estas latitudes no se encienden espontáneamente: sus interruptores se encuentran en la casa de gobierno) se han manejado de la manera señalada, no debe olvidarse una cuestión estratégica fundamental: los investigados o mencionados soto voce son casi todos altos cargos del PLD y los gobiernos peledeístas: el tesorero del primero junto con parientes y relacionados, varios responsables de áreas administrativas y financieras cruciales de los segundos, y en general gente de proximidades demasiado evidentes con las figuras señeras de la organización… O sea: es candela política pura, y con ésta no es aconsejable jugar si no se cuenta con el blindaje adecuado.
Lo otro, claro está, es lo relativo al rol de los congresistas (tanto del oficialismo como de la oposición) en la aprobación de los contratos de la Odebrecht que se reputan oficialmente hijos del soborno: las investigaciones aún no han llegado hasta el ámbito de las cámaras legislativas, pero ese es un destino inevitable aquí, allá, acullá o allende los mares: se trata de instrumentos jurídicos que son resultado de actos combinados del Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, y pese a que no hay por el momento ningún indicio en firme de que se distribuyeran coimas entre los senadores y los diputados, será difícil convencer a la ciudadanía de que los votos de aprobación de esos instrumentos de contratación se emitieran por bonhomía, patriotismo o mero servicio al interés público, sobre todo porque la percepción general prevaleciente es la de que éstos no son precisamente los atributos que más abundan entre aquellos.
El cuadro, pues, no se proyecta promisorio para el PLD: el gobierno se encuentra actualmente sometido al cuestionamiento polidireccional de la opinión pública no cooptada, hay una partida de ajedrez político desarrollándose entre danilistas y leonelistas con la mira puesta en los comicios de 2020, y cualesquiera que sean los resultados de las investigaciones judiciales terminarán (legal o moralmente) inculpando a figuras destacadas de la entidad que son o han sido funcionarios del Estado, y a personeros del sector privado que han operado en colusión con éstos… Es notorio que en el oficialismo se trabaja en varios frentes y de modo enfebrecido para intentar desviar o amortiguar el golpe, pero hasta que éste no se produzca (y todo indica que vendrá, aunque sea de Brasil o de USA) no conoceremos sus verdaderos blancos y su magnitud real.
En lo que concierne al PRM, es obvio que con la citación de varios de sus dirigentes para ser entrevistados en la Procuraduría General de la República no se buscaba solamente hurgar para tratar de encontrar hilos históricos de conexidad con los contratos de Odebrecht: el objetivo central (y se logró parcialmente) era dejar establecida la impresión de que no sólo los gobiernos peledeístas concertaron contratos con los brasileños, y que si hubo algún acto delictivo o conducta antiética el involucramiento alcanza a los gobiernos servidos por quienes ahora están en la oposición… En cierta medida, se trató de un conato de chantaje gubernamental contra el PRM (independientemente de si algún dirigente de éste hubiese o no participado en anteriores contrataciones con la empresa brasileña desde el Ejecutivo o desde el Legislativo) cuyo desenlace postrero está por verse.
A pesar de que lo disimularon bastante bien, los adversarios del ex presidente Hipólito Mejía dentro del PRM se frotaron las manos cuando comenzaron esas entrevistas: todo apuntaba a que parte de la cúpula del grupo interno de éste pudiera ser salpicada -o cuando menos aludida en sentido goebbeliano- con el escándalo de los sobornos. La reacción de Mejía, empero, fue vertiginosa, inteligente y audaz: primero dejó caer al desgaire en La Vega la noticia de que aspiraría a ser candidato del PRM para las elecciones de 2020 y, luego, pronunció un discurso público, con cobertura nacional apabullante, en el que dio la cara ante el país, hizo una defensa incontrastable de su absoluta desvinculación de la Odebrecht y, en una fulminante jugada maestra de prosapia zorruna, hizo provecho de la ocasión para relanzarse como opción presidencial sin decirlo ni proyectar una imagen de inoportunidad o desesperación… No fue una alocución de autodefensa: entre líneas se pudo notar que fue una pieza oratoria de inicio de campaña interna, y sus copartidarios que lo confrontan -acaso aturdidos por el aquilino “golpe de bolsón”- han optado por aparentar no estar enterados para que entre sus huestes no cunda el pánico antes de tiempo.
(Por supuesto que todo eso que se ha dicho hasta ahora, que está referido a tópicos partidarios en principio de interés interno, puede colidir con los objetivos y las apuestas de la parte más sana de la sociedad dominicana que, al margen de los partidos y de las simpatías políticas, virtualmente ha puesto en jaque al gobierno del presidente Danilo Medina con sus reiterados y contundentes reclamos de acabar con la impunidad y aplicarle todo el peso de la ley a quienes han delinquido o faltado a la ética pública en el ejercicio de funciones estatales… Pero éste, se aclara, no es el tema en esta ocasión: habrá tiempo para examinar tal perfil del asunto).
En suma: a contrapelo de que en nuestro país el escándalo de la Odebrecht apenas ha comenzado a ser abordado en una de las tres aristas que hasta hoy presenta, ya ha desatado (aparte, insisto, de las denuncias y protestas ciudadanas que han puesto “tuche” moralmente al gobierno del presidente Medina y amenazan con minar su otrora inconmovible popularidad) significativos movimientos de preparación bélica al interior de los altos lideratos del PLD y el PRM, si bien todavía más con administraciones de silencio que con disparos de palabras… Por eso, y parafraseando al célebre narrador deportivo, “no se vayan, que esto se pone bueno…”.
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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