Disney ha retirado su película infantil La Bella y la Bestia de Malasia por haber suprimido el beso homosexual entre dos de sus protagonistas, tal como está previsto en la legislación de este país. Mientras, en Rusia, dicha producción se ha prohibido para menores de 16 años.
El adoctrinamiento que sufren los niños no sólo viene de Hollywood y de otras producciones televisivas infantiles, sino de los programas educativos. Ya desde el preescolar, en varios países europeos, se elude el termino sexo sustituyéndolo por una opción voluntaria del mismo llamada género, se favorece el género neutro, los cuentos de princesas o príncipes homosexuales, o de niños que quieren ser niñas o viceversa, lo que está llevando a la confusión de identidad sexual de muchos menores. Por ejemplo, en Suecia aumentan a pasos agigantados los cambios de sexo en preadolescentes. Louise Frisén, psiquiatra infantil del hospital pediátrico Astrid Lindgren, afirma que si en 2012 trató 4 casos, en 2016 fueron más de 200 los que solicitaron esta transición.
El Colegio de Pediatría de EEUU ha alertado del peligro de estas operaciones por sus efectos psicológicos que conducen a la depresión/suicidio a largo plazo y por la terapia hormonal a la que de por vida serán sometidos los candidatos con multitud de reacciones adversas, cáncer etc … afirmando que la disforia de género, en cambio (rarísima, pero hoy disparada por la ingeniería de género) debe recibir tratamiento psicológico.
Al mismo tiempo, los que defienden que el sexo es biológico, no en vano cada célula de nuestro organismo está marcada con un ADN femenino o masculino según seamos mujer o varón, sufren una persecución feroz, como en el caso de la profesora Alicia Rubio. En su libro:“Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres”, desenmascara el tinglado totalitario de las leyes LGTB y el negocio económico que hay detrás y expone de qué forma la ideología de género amenaza a la familia, corrompe a los menores y priva a los padres de la patria potestad para dejarla en manos del Estado.
Leyes como la de Cristina Cifuentes en Madrid, deben ser impugnadas por los padres para que los colegios dejen de ser laboratorios de experimentación con consecuencias irreversibles, de nuestros niños.