La entrada en acción directa de Estados Unidos en la guerra civil en Siria tras el lanzamiento de 59 misiles de crucero sobre instalaciones militares del régimen de Bachar el Asad no tan solo agrava la dimensión del conflicto armado que lleva ya seis años, sino que podría conducir al mundo al precipicio de un escenario bélico de consecuencias impredecibles.
Rusia, aliado y principal brazo de sustentación del gobierno de Siria ha criticado acremente el ataque estadounidense donde murieron alrededor de quince personas y decenas con heridas graves.
Incluso analistas internacionales comienzan a advertir sobre la peligrosidad del deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, agravada tras los últimos acontecimientos violentos registrados en territorio sirio.
El presidente de Rusia, Vlamidir Putin, al condenar la acción dijo que era inaceptable el ataque norteamericano sobre instalaciones militares sirias y al mismo tiempo culpó a los terroristas extremistas islámicos del lanzamiento de armas químicas contra la población civil.
Planteó que se trata de una “agresión contra un país soberano” y advirtió que Rusia podría emplear armas nucleares contra las células de ISIS que siembran el terror en territorio de Siria.
“Este paso de Washington provoca daños significativos en las relaciones ruso-estadounidenses, que ya se encuentran en males condiciones”, ha dicho el portavoz del gobierno de Rusia, Dmitri Peskov.
En el ámbito diplomático se critica que Estados Unidos nuevamente adopta una decisión ofensiva de sus fuerzas militares sin previamente consultar al Congreso e ignorando a la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El presidente Donald Trump se estrena ordenando el ataque de misiles a las instalaciones militares de Siria lo que ha representado un impacto de aceptación entre los sectores conservadores estadounidenses, particularmente aquellos que promueven el uso de la fuerza para dirimir conflictos.
Trump dispuso el ataque tras difundirse el supuesto uso de armas químicas en la población siria de Khan Sheikhoun, en la provincia Idlib, en el que murieron al menos 58 personas.
Las autoridades de Siria han negado firmemente el uso de esa sustancia contra civiles, acusando de ello a los grupos terroristas armados que luchan para derrocar el gobierno de Bachar el Asad.
Ardiente Polvorín
Este nuevo cuadro del ardiente polvorín sirio no parece tener fin, entando que la comunidad internacional incapaz de adoptar medidas para frenar el baño de sangre esparcido en el Oriente Medio está dividida en torno al régimen de Asad.
Francia, Inglaterra, Alemania, Israel, España y Corea del Sur entre otros países han respaldado a Trump por el ataque. Sin embargo, Rusia, China e Irán han criticado duramente la acción indicando que debió primeramente investigarse a fondo la procedencia de esas armas químicas contra civiles en Siria.
El gobierno sirio ha calificado el bombardeo estadounidense como una agresión y en el ámbito político-diplomático se anticipan medidas para tratar de frenar una posible reacción de los rusos.
Estudiosos de la geopolítica ven en la actuación de Trump frente a Siria una señal de fuerza y determinación para afrontar los impases internacionales. También, es un reflejo cíclico de los gobiernos norteamericanos de inaugurar sus gestiones con actuaciones de fuerza en el ámbito mundial.
La industria armamentista por supuesto anima a la materialización de esos episodios conscientes de que se trata de un excelente escenario para divulgar y promover sus novedades destructoras contra la humanidad. La llamada “industria de la muerte” exhibe sus mejores galas cuando hay una guerra o un ataque sorpresa en un país determinado por parte de las grandes potencias económicas y militares.
Una flota naval de Estados Unidos repleta de un arsenal de armas, incluida lógicamente los temibles misiles de largo alcance dirige su puntería hacia Corea del Norte, país aliado de la República Popular de China.
Ojalá que el mundo no esté ya inmerso en la ruta final hacia una tercera guerra mundial porque las posibilidades de sobrevivir serian muy escasas para la mayoría de la especie humana.
La industria de la guerra nunca ha vivido en crisis y cada año aumenta su incidencia mundial ante conflictos suscitados en África, Oriente Medio y Asia, las regiones donde el arsenal bélico sigue en expansión. Veamos este dato que nos ofrece el investigador José Bautista sobre el armamentismo.
“La estadounidense Lockheed Martin, el mayor fabricante mundial de armamento, ingresa cada año más de 34.000 millones de euros, cifra superior al PIB de 97 países y cinco veces el presupuesto de Naciones Unidas para misiones de paz”, dice.
Así de simple.
Artículo de Manuel Díaz Aponte
Domingo, 9 de abril del 2017