La gesta libertaria dominicana más importante del siglo XX, bloqueada por la invasión yanqui de 1965, cumplió cincuenta y dos años de historia y enseñanzas.
El largo periodo transcurrido después de esa brutal agresión estadounidense habla tanto del sentido de libertad, justicia y soberanía de esa epopeya, como de la posterior imposición del coloniaje vía sucesivos gobiernos fabricantes de pobreza, corrupción y perversión política hasta llegar –pasando por la criminal dictadura balaguerista y los gobiernos traidores de PRD y el PLD- a esta dictadura institucional asociada a una clase capitalista gansterizada.
Sin embargo, ese largo ciclo -derivado de una contrarrevolución estabilizada a sangre, corrupción, saqueo, trampas y seudo-democracia- presenta significativas señales de decadencia y esperanzadores síntomas de descomposición del sistema tradicional de partidos e instituciones vigentes (Gobierno Central, Congreso, Alcaldías, Sistema Judicial, PN, FAD, PRSC, PRD-PRM PLD…).
El pueblo se resiste a tragarse de nuevo esos purgantes por más esfuerzos que para sobrevivir-dominando realizan tanto el mafioso partido de Estado como la oposición electoralista parecida a él, incluidos aquellos que oportunistamente se visten de verde.
La emergencia impetuosa de una Marcha Verde, que no tiene corruptos preferidos, ha expresado el inmenso repudio popular a esos engendros políticos, militares-policiales y empresariales de la cincuentona contrarrevolución imperialista.
La indignación verde tiende a corroer un régimen en picada hacia abajo, desencuaderna el sistema político y su viciado electoralismo; creando una nueva oportunidad para el nacimiento de algo nuevo, alternativo y transformador, que nada tiene que ver con la rebatiña en torno a la ley de partidos ni con las ambiciones alrededor de los manipulables comicios del 2020.
El Manifiesto de la Marcha Verde en SFM se sintonizó con la generalización de la convicción popular de que el fin de la impunidad es inseparable del fin del sistema de corrupción judicialmente blindado; dada el inocultable involucramiento en la corruptela denunciada de las más altas figuras de Estado y elites políticas, y la ausencia de vías institucionales y electorales confiables en este contexto. De ahí los amenazantes y torpes miedos morados frente al ascenso incontenible de la democracia de calle confrontada a un sistema que se auto-desestabiliza.
Y esa convicción refuerza la pertinencia de analizar cómo las Constituciones del 1966 y 2010 conformaron esta institucionalidad dictatorial y corrompida, y debatir la necesidad de asumir alternativamente una Constituyente Soberana para recrear y renovar los ideales de la Constitución de 1963 y la gesta de abril de 1965.