Por José Mª Vallejo Herrera
Hace ya veinticinco años que realicé por primera vez mi viaje a la República Dominicana, al cumplir mi mayoría de edad, aún sigo sin saber qué me impulsó para emprender ese viaje, mi primer gran viaje; en una época dónde no teníamos internet y lo que conocíamos desde España eran reseñas históricas o los vínculos entre ambos países; pero eso sí, ya se empezaban a promocionar desde España los viajes al Caribe, y desde luego que el recuerdo que tengo de aquél viaje fue la belleza de la naturaleza dominicana en estado puro como: Playa Morón, la catarata “Salto de Limón”, los Haitises, Playa Juanillo, la laguna Gri Gri, Cayo Levantado, Puerto Plata…, pero principalmente guardaba el recuerdo de la amabilidad del pueblo dominicano.
Hace unos meses he tenido la oportunidad de volver a viajar a este hermoso país, en esta ocasión a Santo Domingo, a esa bella ciudad de contrastes; por un lado, la Ciudad colonial con la divinidad de su Catedral Primada de América y la decadente pero siempre encantadora calle El Conde; por otro lado, el ensanche de nuevas zonas como el Naco y Piantini con centros comerciales de lujosas boutiques, hoteles de cadenas internacionales y restaurantes con una nueva e interesante oferta gastronómica.
Sin embargo, en este reciente viaje he tenido sentimientos cruzados entre la amabilidad de los dominicanos y la preocupación por la criminalidad en distintas áreas, principalmente en la Capital; durante aquellos días de agosto de 2016 eran constantes las noticias de atracos con pistolas, uno de ésos, al mismo Viceministro de Educación del Gobierno dominicano.
Ha sido esta nueva experiencia la que, con la mirada profesionalizada en el turismo me ha hecho reflexionar, y con todo mi respeto a la patria dominicana, sobre cómo conciliar la actividad turística en República Dominicana y el aumento de la criminalidad. Es más, me pregunto cómo puede influir en el turismo esta nueva tendencia delictiva si tenemos en cuenta que es una de las actividades estratégicas del país y la convicción de que los turistas necesitan seguridad para viajar con tranquilidad.
Muchas veces hay un debate artificial y que no comparto, entre seguridad y libertad. Como si tuviéramos que elegir en tener más seguridad, perdiendo libertad. Hoy, podemos afirmar que sin seguridad no hay libertad, y que la libertad necesita de la seguridad. Por eso aplaudo la decisión del Gobierno de disponer de una Plan para reducir la criminalidad en las zonas más vulnerables teniendo cuenta que sólo durante el pasado año (2016) se registraron 1.613 homicidios de los cuales 978 fueron con armas de fuego, si bien los índices de criminalidad aún están lejos de otros Estados, lo cierto es que en aquellos destinos donde el turismo es el tractor de la economía hay que hacer los esfuerzos necesarios para diezmar esa situación, no sólo pensando en la seguridad de los turistas, que sería un pensamiento muy egoísta, sino también en la de los propios residentes.
Dicho esto, no me cabe duda que este problema no se soluciona solo con más presencia policial, ni tan si quiera con el endurecimiento de las penas como hizo Lee Hsien Loong en Singapur en 2004 para bajar la tasa de criminalidad, sino con una actuación integral que comprometa a todos los estratos de la sociedad dominicana.
Hay que diseñar recursos de apoyo a esa parte de la juventud para que la delincuencia no sea su modo de vida, no se trata de imponer la ley por la fuerza sino de ofrecer las ventajas de vivir en un Estado de derecho, con políticas sociales y de igualdad que sirvan para regenerar el país mejorando la cohesión y reduciendo la brecha social. Si los gobiernos invirtieran más en educación, cultura y formación profesional, economizarían en la construcción de nuevas cárceles.
Entrando en el análisis de la actividad turística en República Dominicana me gustaría destacar el esfuerzo realizado por muchos inversores quienes han confiado en esta tierra para aumentar las plazas hoteleras y la capacidad turística de algunos destinos del país como Punta Cana. En el año 1980 había en todo el país tan sólo 5.394 habitaciones hoteleras frente a las 74.981 actuales, la ocupación hotelera ha subido del 58,5 por ciento del año 1980 hasta el 78 por ciento del año 2016 y en ingresos también se han visto aumentados desde los 172,6 en 1980 a los 6.723,3 millones de dólares que ha recibido la República Dominicana en 2016. En estos momentos el turismo emplea a 315.153 personas de los cuales 88.777 son empleos directos.
EEUU y Canadá aportan el 60% de los 6 millones de turistas que ya visitan el país y el 85,4% de los turistas se concentran en la zona de Punta Cana.
El turismo no se debe sólo contemplar como un pilar sobre el que pivota la economía sino como la oportunidad que ofrece a un país, “tocado por los dioses”, para satisfacer y fidelizar a los turistas, no sólo con la grandeza de los resorts de lujo sino con otros recursos que aún están lejos de convertirse en productos turísticos para poder ser disfrutados por los turistas y visitantes.
La estrategia del Gobierno dominicano, con mi debida consideración, debe enfocarse en la fidelización del turista para que repita año tras año, pero además hay que conseguir que el turismo sea transversal en la economía y tenga un impacto económico en todo el país y no sólo en la zona de Punta Cana con su porcentaje más alto de ocupación hotelera.
Esos seis millones de turistas no estarán dispuestos a recorrer miles de kilómetros muchas veces desde sus países de origen para sólo disfrutar y relajarse en un resort de lujo, donde incluso muchas veces se recurre al miedo para advertir a los clientes que no salgan del complejo y de esta manera que sus consumiciones sólo se realicen en esos hoteles. Hay que hacer un esfuerzo para que esos millones de turistas visiten con tranquilidad y plena garantía de seguridad otras zonas del país, en definitiva, que se dinamice y mejore el impacto económico que proporciona el turismo.
Una inseguridad que ya está preocupando y provocando que los turistas sólo decidan moverse desde los resorts, a otras zonas en visitas organizadas de pocas horas y cuyo efecto económico es exiguo a pesar del gran potencial turístico.
Pero para que ese impacto económico del turismo tenga esa transversalidad se necesita que descienda la criminalidad y que se gestione esta situación con firmeza a corto plazo, y con la puesta en marcha de un Plan Director a medio y largo plazo, diseñando políticas educativas y sociales, poniendo en funcionamiento aquellos dispositivos necesarios para atender a esa parte de la sociedad que no debe quedar impune al delito pero a quienes el Gobierno también debe ofrecerles oportunidades, en caso contrario, mucho me temo que seguirán haciendo de la delincuencia un estilo de vida que puede deteriorar la imagen de unos de los países más hermosos del mundo y hacer perder la esperanza y autoestima a todo un pueblo, el dominicano, que no se lo merece.
El autor vive en España. Es profesor del área de administración y marketing en el Turismo en la Escuela Superior de Gastronomía y Hostelería de Toledo. Ha sido profesor colaborador en la EOI en el área de calidad turística. Desde el año 2007 se dedica a la política habiendo sido 8 años Alcalde y desde el año 2015 desempeña funciones de Gerente de la Residencia para enfermos de Alzheimer más grande de España.