Constantemente se nos critica a las personas mayores por no adaptarnos al mundo moderno. Sin embargo, nosotros nos responsabilizamos por todo lo que hemos hecho y no culpamos a nadie por ello.
A pesar de haber llevado el pelo largo, de haber realizado una revolución sexual, de habernos rebelado contra los llamados valores tradicionales y de haber bailado con Los Beatles y los Rolling Stones, no fuimos nosotros los que eliminamos la melodía de la música, el talento y el ingenio de las creaciones artísticas, la buena voz a la hora de cantar, el orgullo por nuestra apariencia exterior, la cortesía al conducir, el romance en las relaciones amorosas, el compromiso de la pareja, la responsabilidad de la paternidad, la unión de la familia, el aprendizaje y gusto por la cultura, el sentimiento de patriotismo, el rechazo a la vulgaridad.
No fuimos nosotros los que eliminamos la escena de la Navidad de las escuelas y ciudades, el comportamiento intelectual, el refinamiento del lenguaje, la dedicación a la literatura, la prudencia a la hora de gastar, la ambición por lograr ser alguien en la vida ni tampoco sacamos a Dios del gobierno de las escuelas y de nuestra vida.
Y por supuesto que no somos los que eliminamos la paciencia y la tolerancia de nuestras relaciones personales ni de nuestras interacciones con los demás.
En efecto, ya soy una persona mayor, y octogenaria, pero todavía puedo animar una fiesta. Todavía puedo abrir frascos con tapas a prueba de niños aunque tenga que usar un martillo. Todavía me acuerdo de llegar a mi casa…aunque deba llevar un mapa conmigo. Todavía duermo como un bebé en las noches…aunque al otro día el cuerpo demore en permitir que me levante.
En efecto, ya soy una persona mayor, pero todavía puedo reírme de las críticas aunque a veces no pueda oír lo que dicen de mí. Todavía soy muy bueno contando historias aunque las repita varias veces. Pero no creáis que me he vuelto peleador, cascarrabias ni intransigente. Simplemente que tengo edad para decir que hay cosas que ya no me gustan:
Ya no me gusta la congestión de tráfico, ni las muchedumbres, ni la música alta, ni los niños gritones, ni los perros que ladran, ni los políticos, ni tantas otras cosas que ahora no recuerdo.
Aceptémoslos como están, porque como son no hay la menor duda.
Un periodista octogenario
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