Cuatro graciosos animales nos hacen vivir la inspiradora historia que inicia en el zoológico de NY y concluye moviendo el bote en la playa exótica de Madagascar, junto al Rey Julién y su cohorte de lémures adoradores.
El musical Madagascar, fenómeno que encumbró en el gusto del público, desde la gran pantalla, DreamWorks Animatión en base a libro de Kevín del Águila y música y letra originales de George Noriega y Joen Someillan, se está presentando en el Teatro Nacional. Y la experiencia que queda, tras verlo, es que el país cuenta con los talentos para una encomienda tal alta y difícil.
Elizabeth Lenhart, Luis Marcel Ricart, aportan al ritmo de la vida dominicana, un enorme respiro de arte verdadero que nos permite desplazar – por dos horas- todo el ambiente social, cargado y agitado, que nos estremece. Y eso hay que agradecerlo.
El musical es el género de mayor demanda de entrega y esfuerzo. Es suma de su exigencia de muchos otros géneros: danza, teatro, canto, mimo, por lo que siempre nacen expectativas sobre el éxito, dominio o corrección, cada vez que una compañía nacional, anuncia su compromiso con el musical.
¿Será bueno? ¿Será digno? ¿Cómo se logrará el proyecto cuando quienes tienen la resposnabilidad de ejecutarlo es talento local?
Cada una de estas inquietudes, las hicimos antes de llegar a Teatro Nacional, nueva vez, para enfrentar lo que ofrecía la cartelera; el musical Madagascar, para disfrutar de las aventuras de Alex, el León, Marty, la Cebra, Melman, la Jirafa y Gloria, la Hipopótama.
Lo que disfrutamos fue una aventura que nos conquistó con su fluida destreza artística, reforzada por un uso tan fino de los recursos técnicos, entre los cuales resaltan: la espectacular escenografía (de seis ambientes distintos) y su terminación en diseño; el vestuario de notable realización y que era un elemento clave para hacer creíble y disfrutable la historia; la coreografía coordinada, agudamente cuidada (con excepción de algunos gestos exagerados de algunos personajes con deseos de resaltar por encima del trabajo del equipo; la calidad de las voces y la interpretación actoral (afectada tan solo por momentos en los que no se entendía bien los parlamentos).
La coreografía merece ser tocada aparte. Gracielina Olivero y Elizabeth Lenhart y Luis Marcel Ricart hicieron una atinada selección de talentos, en los que resaltan a quienes hacen los personajes protagónicos; José Alexander Díaz (Alex, el León); Priscila Maltés (Marthy, la Cebra); Cinthia Céspedes Brens (Gloria, la Hipopótama) y Rafael Ravelo (Melman, la Jirafa) y Paulina Cuadra, quien logra impregnar al Rey Julián, del chispeante espíritu humorístico y grácil danzar, legado por la producción de cine.
La parte danzaria, a pesar de la presencia de masas de bailarines integradas por infantes, revela un trabajo de dirección coreográfica realizado con entrega.
El nivel profesional alcanzado por Madagascar debe dar origen a un orgullo, ese que nace del encuentro con el talento verdadero, el atrevimiento necesario para marcar la historia escenográfico dominicano.
Una pena que un trabajo de esta magnitud, luego de tantos meses de preparación y desvelos, sus funciones queden limitadas a dos o tres fines de semana, como mucho. Nos hacen falta salas con condiciones para alojar por meses, trabajos como este, tal y como ocurre en otros países, en los cuales, los musicales duran meses y años en cartelera.