En la semana pasada y durante todo lo que va del 2017 se ha evidenciado como sectores de poder deciden y negocian sobre el cuerpo de la mujer y hasta donde sus derechos y libertades sobre los mismos. No obstante, esa es una de las aristas que tiene la desigualdad de género en la sociedad dominicana, otra de ellas son tan sutiles que forman parte de nuestro día a día y que hasta pasan por desapercibido y aprobado, como lo es el acoso callejero.
Y es que transitar en calles, oficinas gubernamentales o cualquier espacio público puede llegar a ser una tortura diaria para las mujeres en República Dominicana, todo esto sin importar la contextura física, color de la piel, si el pelo es rizo, lacio o crespo, ni mucho menos que tipo de ropa lleva: si es formal, de licra, holgada, estrecha, pantalones cortos o largo, manga larga, desmangada (que debería ser el estilo más usual por estar en un isla caribeña), y un largísimo etcétera. Pero el mensaje es claro, si eres mujer, estás condenada a ser víctima de acoso callejero solo por tu género.
Lo peor de esta situación se da en que todo el sistema de acoso conlleva a que las mujeres se cuestionen si se visten lo suficientemente adecuadas para salir a las calles o espacios públicos sin necesidad de que se realice una expresión que le conlleve a sentirse como objeto sexual sin que pretenda serlo.
El hecho de sentir que, no una, sino varias miradas lascivas se posan en tu cuerpo, con cualquier pensamiento indecoroso que va acompañado con un comentario peyorativo o denigrante, en varios momentos del día, te hace sentir pequeñita como mujer y, en muchos casos, hasta menos valiente donde lo único que te queda es caminar más deprisa, rogar porque tu acosador se aleje y quedarte callada para no provocar reacciones violentas.
Ese sentimiento se llama objetización o cosificación de la mujer, lo cual es definido en un estudio realizado por la doctora Sarah Gervais, psicóloga de la Universidad de Nebraska, como “el acto de reducir una persona, especialmente un miembro del sexo femenino a un objeto sexual”.[1]
La pasada definición nos lleva a la conclusión de que, según el imaginario del hombre promedio y desde su espacio de poder como persona que ejerce el acosa en la sociedad dominicana, la función de la mujer es dar placer, sin importar si ésta quiere o no. Esto no quiere decir que la mujer deba o tenga que acceder a cualquier de las pretensiones del macho, no, sino que con solo pasear su figura, ser objeto del deseo y alimentar el morbo en su imaginación, ha cumplido con su función.
En otros experimentos llevados a cabo con respecto al tema, también se demuestra lo siguiente:
“[…] primero, la objetificación de las mujeres por parte de los hombres —y sólo de los hombres— les afecta psicológicamente de forma negativa, y segundo, porque demuestra claramente que los hombres no perciben la objetificación o atención sexual indeseada de la misma manera que lo hacen las mujeres. Esto probablemente porque las dinámicas de poder y los roles de género cosifican de manera muy diferente a hombres y mujeres, convirtiendo a los hombres en conquistadores y a las mujeres en objetos de conquista.[2]
Pero esto no debe ser siempre así. Con los cambios generacionales y la necesidad de crear un espacio público en el que la mujer sienta que su dignidad como ser humano es protegida, se puede trabajar para crear nuevas masculinidades en las que se enseñen a los hombres a identificar la problemática que genera las desigualdades de género. No es sencillo pero, para dar este paso, los hombres deben tener la empatía e interés de entrar en los zapatos de las mujeres (metafóricamente hablando) para que puedan entender por qué deben abogar por una sociedad más equitativa. Tal y como le pasó a Pol, en Argentina, (pueden ver su historia aquí https://www.facebook.com/PlayGroundMag/videos/1595833303789873/?pnref=story) quien tuvo que transitar dos caminos distintos para sentir en carne propia los privilegios y desventajas del machismo. [3]
Sin embargo, es preciso destacar que no todos los hombres forman parte del conglomerado, que existen quienes son conscientes de sus beneficios y quieren dejarlos a un lado para alcanzar una República Dominicana menos desigual e insegura para las mujeres o quienes también se ven afectados por exigencias del sistema patriarcal para probar que poseen el grado de hombría necesario para ser un macho alfa dominicano.
Y es que los hombres también deben luchar por romper unos lineamientos machistas instaurados para imponer cargas desiguales. Tal y como lo hacen un grupo de hombres en Francia e Inglaterra, quienes han decidido llevar faldas y vestidos a su jornada laboral como forma de exigir un código de vestimenta igualitario, puesto que a estos se les prohíbe laborar con pantalones cortos en épocas de temperaturas muy elevadas, en cambio, las mujeres pueden usar vestidos y faldas como opciones para mitigar el calor. (http://verne.elpais.com/verne/2017/06/22/articulo/1498121420_263964.html)
Hablando más claro, las reglas fueron impuestas para beneficiar a unos y castigar a otros. Ahora, nos toca reflexionar sobre cómo y quiénes establecen las leyes, quiénes las aceptaron y si estamos de acuerdo con seguirlas o crear un nuevo sistema que nos convenga a todos y todas.
[1] Estas son las consecuencias de la Cosificación de la Mujer. Felipe Oliva, Nueva Mujer. Disponible en: http://www.nuevamujer.com/mujeres/actualidad/todos/estas-son-las-consecuencias-de-la-cosificacion-de-las-mujeres/2016-03-23/220357.html
[2] Estas son las consecuencias de la Cosificación de la Mujer. Felipe Oliva, Nueva Mujer. Disponible en: http://www.nuevamujer.com/mujeres/actualidad/todos/estas-son-las-consecuencias-de-la-cosificacion-de-las-mujeres/2016-03-23/220357.html
[3] El hombre dominicano no tiene que transitar un camino que no es el suyo si no le interesa. Sin embargo, el ejemplo de Pol muestra como, desde su experiencia, pudo entender las situaciones de poder que le generaba ser considerado como hombre.