La parte más sana de la sociedad dominicana, la reserva ética y moral que se encontraba en una anomia impropia de su historia, está reclamando desde los limitados espacios de una democracia secuestrada por el poder, el fin de la impunidad que desde tiempos inmemoriales existe en nuestro país impidiendo terminar con la pobreza.
Cuánto se han robado los políticos inescrupulosos nadie lo sabe, pero, como dijera la antigua presidente de la cámara de cuentas, se podrían construir varias Repúblicas desarrolladas donde no faltara alimentación, vivienda, empleo, salud y educación sin ningún costo para la gente, así como seguridad social y ciudadana.
La corrupción envilece y empobrece a los pueblos permitiendo que grupos públicos y privados muy reducidos se enriquezcan, como ha ocurrido en los últimos años. Políticos ricos, pueblos pobres. Es un axioma.
La sociedad está dividida, no “entre corruptos y peledeístas” como dijera Franklin Almeyda, sino entre honestos y deshonestos, ladrones y serios, vagos y trabajadores, políticos honorables y políticos ladrones.
(Los que no respaldan la lucha contra la corrupción y la impunidad están en el otro extremo, en la acera del frente, En ese punto no hay término medio. Nadie puede ser corrupto y honesto al mismo tiempo. Una de dos. Así de sencillo).
Organismos internacionales han estimado el costo de la corrupción entre 4 y 5% del Producto Interno Bruto (PIB). Eso es más de lo que se gasta en educación. ¡Brutal!. Si lo calculamos en 15 años la cifra será astronómica. No sé contar hasta tanto, lo que sí sé contar es el nivel de marginalidad y pobreza que sobrepasan la mitad de la población.
El PLD solo invierte en salud 1.4 del PIB cuando el promedio en la región es más del 5%. Si la corrupción no tuviera los niveles tan exageradamente altos, el país podría, sin ningún problema otorgar 5% tanto para educación como para la salud, o sea, un 10%. Pero es imposible porque el dinero de nuestros impuestos y de nuestro trabajo se lo roban los políticos innobles en complicidad con empresarios, comerciantes, etc.
La sociedad, a través del Movimiento Verde, está reclamando que termine esa inequidad, que nadie pueda ir al Estado a robarse los dineros del pueblo, que no haya impunidad, que todo el que se robe los bienes públicos pague las consecuencias en la cárcel previa incautación de sus bienes; porque no es posible que el pobre muerto de hambre que se robe una mata de yuca o un racimo de plátanos sea encarcelado sin apelación mientras el que se roba miles de millones sea premiado y protegido por las autoridades.
La marcha convocada para este domingo es contra la corrupción y por el cese de la impunidad. Ahora más que nunca hay motivos, no sólo para marchar, sino para presionar con otros métodos de lucha. Si creíamos que los gobiernos de Leonel Fernández habían roto los termómetros históricos de la corrupción, hay que ver lo que está sucediendo actualmente. El grupo que entró al Palacio en el 2012 junto con Danilo Medina es más voraz que el anterior. Lo supera con creces.
La lucha contra la corrupción no termina con “la madre de todas las marchas”. Apenas concluye un ciclo exitoso de protesta. Se requiere de jornadas más contundentes y estremecedoras no solo del Movimiento Verde, sino de los partidos de oposición y toda la sociedad civil. (Ahora es que falta mambo)