El caso Odebrecht compromete a toda la clase política de nuestra región, pero a la vez, nos muestra que la justicia es más dependiente de lo pensábamos, pues si los políticos involucrados en el asunto terminan todos felices en las calles y con los millones sustraídos al erario en sus bolsillos, no cabrá duda de quienes forman la clase dominante y gobernante en toda Latinoamérica. Se puede a partir de ahí cerrar los tribunales porque de nada sirven, las cárceles seguirán llenas de indigentes presos mientras los denominados ladrones de cuello blanco se pasean por nuestras tiendas y restaurantes exhibiendo sin pudor sus riquezas mal habidas.
La justicia habrá probado su ineficacia, los jueces serán, lo que son: verdugos de los débiles y serviles de los poderosos. No pocos hombres de bien han renunciado a la tarea de ser jueces o fiscales debido a la podredumbre imperante. Al final de la jornada, el sistema democrático quedará desacreditado y la dictadura o la anarquía se abrirán paso hasta tomar el control. Pues cada vez resulta más difícil distinguir al delincuente del hombre de bien. Esto es, diferenciar delincuencia no legal de la delincuencia institucionalizada o entronizada en el poder se hará más difícil.
De modo que transitamos hacia una sociedad cada vez más insegura pues el robo en sus diferentes manifestaciones seguirá haciéndose cada vez más popularmente consentido entre las clases populares porque este es el proceder que observan arriba, en la cúspide social. Italia ha sido el laboratorio que más fielmente retrata lo que decimos las zonas de Italia donde existe un poder paralelo al poder, producto de la toma del poder por la cosa nostra ilustra bien, igual lo hacen las favelas de Brasil, la delincuencia de Caracas, Venezuela, Medellín o Bogotá, Colombia. Pero más cercanos a nosotros son los carnales de todo México, el Salvador, Guatemala, Honduras, etc. Naciones donde la delincuencia organizada compite con el poder central.
Cuando en los años ochenta, del pasado siglo XX, voces autorizadas advertían del empuje del narcotráfico, nadie puso atención hasta que todos vieron el lobo llegar. Al parecer, ahora transitamos hacia una sociedad sin ley, o con una ley marcadamente clasista. Los escritos de Luigi Ferrejoli son muy gráficos al respecto. Este autor italiano acusa al poder y al neoliberalismo de haber conducido la democracia hacia un punto muerto que amenaza la civilización y los derechos alcanzado por la sociedad occidental. De manera que no es quimera, nos acercamos a una sociedad canibalizada desde el poder por inconductas políticas no resueltas por vía judicial.
El neoliberalismo ha conseguido dejar al intelectual sin capacidad para orientar a la sociedad y al mercado como rey de la actuación social, la meritocracia ha sido sustituida por la genuflexión pagada o por el temor amenazante. Los mass media que tanta esperanza motivaron hacia una democracia deliberativa a lo Habermas, ha quedado reducida a ceniza. Solo el mercado tiene valor y todos tenemos un precio.
Por momento, se habló del gobierno de los jueces pero dicho gobierno no acaba de cuajar más que en el Brasil, el Perú, Guatemala, etc. El resto de las naciones de América Latina siguen atadas a la venalidad judicial, sobre todo, en materia de corrupción administrativa.
Ciertamente, el modelo neoliberal lo ha permeado todo, pero no es que este sea omnipresente, es que los políticos y el gobierno mismo de los jueces han preferido claudicar a enfrentarlo por las ventajas económicas que ello supone, ventajas que no son tales cuando se observa la inseguridad y la violencia imperantes en las sociedades donde dicho modelo ha cuajado. Es decir, estamos a las puertas de cordones de miseria que amenazan a las sociedades, como el movimiento migratorio de los desplazados de guerra, como los exiliados económicos mueven masas humanas de uno a otro punto del globo. Estamos ante una desestabilización estabilizada con base en el robo y el descrédito de la justicia que nada bueno augura en un siglo, donde se dijo que poder y saber iban a la par pero que en realidad nos está conduciendo hacia un nuevo salvajismo más violento que el anterior.
La clase política de todos los partidos nos ha hundido en la seguridad y, al parecer, le tocará sacarnos del abismo porque está visto que la administración de justicia no podrá hacerlo. Pese a que nos encontramos en el siglo de los derechos fundamentales. DLH-30-7-2017