No importa cuánto daño le haya hecho la reelección presidencial al país a lo largo de su historia, los intereses personales, grupales o partidarios han impidiendo un desarrollo sostenido que permita una democracia sólida donde se respeten los derechos de libertad y justicia de los ciudadanos.
La reelección parece un mal endémico en nuestro país.
El presidente que no es derrocado por un golpe de Estado con un dictador a la cabeza, una revuelta cívico-militar al estilo “concho primo” que impone peleles en el gobierno, se ha mantenido en el poder reeligiéndose controlando los órganos del Estado y orquestando fraudes electorales.
La corrupción también parece un mal endémico en nuestra sociedad.
El dinero corrompe y compra cuanto se le acerca como si todos tuviéramos un precio. El presupuesto de la nación convierte en líder a cualquier “pelafustán” carente de valores éticos y morales. Solo tiene que salir a las calles con un sentido patrimonial y clientelar a repartir el dinero del pueblo como si fuera de sus bolsillos fruto de una herencia familiar
El destino del país no le importa a nadie.
Solo los intereses de quienes pretenden perpetuarse en el poder creando una especie de monarquía caribeña, donde los hijos, los hermanos, los testaferros, las esposas y las amantes se suceden en el gobierno acumulando cada vez más privilegios y fortunas.
El dinero del pueblo es dinero de políticos asesinos y ladrones, predadores sociales.
El líder José Francisco Peña Gómez se opuso a la reelección, no porque fuera mala en sí misma, sino por los antecedentes históricos en nuestro país; por el daño que nos ha causado evitando que salgamos del atraso y el subdesarrollo. Peña hizo del antireeleccionismo, un principio.
Desde que cualquier bastardo llegue al Palacio Nacional sus acólitos comienzan la campaña por la repostulación. No solo quieren reelegir al payaso, se quieren reelegir los funcionarios prevaricadores sin escrúpulos, ni vergüenza que actúan en el circo. Ladrones políticos.
Los Tigres Asiáticos dieron un salto de garrocha en términos de desarrollo entiempo récord (menos de 50 años) creando leyes que todos cumplieron, combatiendo la corrupción y el desenfreno en el gasto, disciplinando a su gente, invirtieron la mayor cantidad de dinero posible en alimentación, educación y salud, generando empleos de calidad y propiciando valores éticos y morales saludables para todos.
La corrupción y el narcotráfico se pagan con la muerte o cadena perpetua. ¡No hay impunidad!
El caso de la República Dominicana es lo inverso. La mayoría de los partidos y sus dirigentes al llegar al poder piensan en ellos, no en el pueblo, en sus intereses, no en los del país. Por eso somos primeros en cosas malas y los últimos en cosas buenas.
Danilo Medina no ha sido la excepción. Aunque prometió no buscar reelegirse con argumentos sólidos, se comió su tiburón podrido sin eructar y echó al zafacón los principios que alguna vez pudo tener. Modificó la Constitución convirtiéndola en un rollo de papel de inodoro.
Ahora, con apenas un año en el segundo mandato, sus lacayos más inescrupulosos, sabiendo que la Constitución que modificaron prohíbe la reelección, están hablando sobre el tema sin que Danilo los mande a callar y/o los cancele. Al contrario, los ánima y los apoya con su silencio.
Pero esta vez la reelección no será posible no importa que Danilo quiera o no quiera. Que los funcionarios malditos quieran o no. La crisis económica, cada vez más grave y peligrosa, junto con la movilización social, que será cada vez más vigorosa y contundente, lo impedirá. Danilo, si actúa con inteligencia, quizás ni lo intente porque cambiar la Constitución nuevamente seria desatar los demonios populares y sociales con vientos huracanados.