Para cualquier ser humano que habita esta tierra resulta muy doloroso la pérdida de un ser querido. Cuando muere alguien a quien queremos, que es parte de nuestro entorno y nuestra cotidianidad, se nos nubla la mente y sentimos un dolor muy fuerte en nuestros corazones, perdemos por momentos la noción de la vida y la tristeza embarga con su profunda huella, todos los espacios de alegría que hemos podido tener.
Nunca es fácil aceptar la pérdida de un ser querido. En la planificación de la vida realizada por Dios, él nunca puso la muerte como una opción. La muerte física de los seres humanos fue el producto directo del pecado, es decir, del alejamiento de las directrices y de la obediencia a los dictados del Dios creador del Universo y de todo lo que existe. Para lo que tenemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, la muerte física es el inicio de la vida eterna, y estamos convencidos que todos los seres amados que perdemos en algún momento, podremos encontrarnos nuevamente con ellos en esa vida eterna que el Supremo Creador ha dispuesto para quienes lo asumimos como centro, maestro y guía de nuestro accionar.
Pero a pesar de todo eso, sentimos un gran dolor y una gran pena cuando aquí en la tierra perdemos a un ser amado. De manera particular, en esta semana me tocó vivir una situación muy dolorosa y triste por la muerte de alguien muy querido. El pasado martes falleció mi hermana mayor, Iluminada Cabral, cariñosamente Mami, fruto de una complicación de su situación diabética. Fue un golpe demoledor para mí, para mi familia y muy especialmente para los tres hijos varones que ella trajo al mundo con la bendición de Dios.
Iluminada Cabral fue una guerrera permanente que supo enfrentar los grandes retos de la vida y siempre tener una sonrisa a flor de piel. Tenía 66 años a la hora de su muerte, los cuales vivió con intensidad plena y sin perder una sola oportunidad para servir a los demás. No hubo un solo obstáculo que la frenara su condición de madre ejemplar, hermana solidaria, hija admirable y mujer de un temple fuera de serie. No pudo terminar el bachillerato, fruto de esas discriminaciones en contra de las mujeres propias de nuestras sociedades, pero eso no le impidió ser una intelectual, una lectora voraz de todo lo que caía en sus manos y una mujer actualizada de los cambios y los movimientos sociales del mundo moderno. De manera particular, ella fue uno de mis principales estímulos y ejemplos para adentrarme en el mundo de la lectura, de las preocupaciones sociales y del compromiso con la transformación del mundo.
En la última década de su vida, juntos iniciamos un hermoso camino en la ruta de Jesús. Entregamos nuestras corazones al Señor y ella de manera especial, asumió el reto de manera plena y total, tal como hizo todo en su vida. Iluminada Cabral fue una gran guerrera de Dios. Se convirtió en una extraordinaria sierva del Padre Celestial que, con su ejemplo y su entrega, predicaba las bondades del Señor y llevaba a la práctica las verdades del evangelio. Al momento de su deceso era una de las columnas principales de la Iglesia Cristiana Palabras de Vida de la Zona Oriental de la capital.
Siento un gran dolor por su partida física. Pero también siento una gran consuelo al saber que ella está en estos momentos a los pies de nuestro Dios, siendo una guerrera celestial en el ejército del Padre. Y a pesar de mi dolor, tengo la esperanza de que nuevamente estaremos juntos viviendo esa gran vida eterna que tiene Dios para sus hijos e hijas. Y confirmando que, tal y como dice Romanos 8:28, para los que estamos con el Señor “todo obra para bien”. Con la muerte incluída.